- Santos ÁQUILA y PRISCA, esposos. Colaboradores de San Pablo a quien acogían en su casa. (s. I).
- Santa GLICERIA, mártir. Tracia. (s. inc.).
- San PROCOPIO, mártir. Cesarea de Palestina. En tiempo de Diocleciano fue conducido desde la ciudad de Scytópolis a Cesarea, donde fue decapitado. (303).
- San AUSPICIO, obispo. Toul. (s. V).
- Santa LANDRADA, abadesa. Brabante. (690).
- San QUILIANO, obispo y mártir. Würzburg, Alemania. Nació en Irlanda. Viajó a esa región para predicar el evangelio, y allí fue martirizado por velar para que se observase en ella la vida cristiana. (s. VII).
- SANTOS MONJES ABRAHAMITAS. Constantinopla. Sufrieron martirio por defender el culto de las imágenes. (s. IX).
- San ADRIANO III, papa. Roma. Buscó la reconciliación de Roma con Constantinopla. Aquejado de una enfermedad murió santamente en un viaje a las Galias. (885).
- Beato MANCIO ARAKI, mártir. Japón. Por haber hospedado en su casa al Beato Francisco Pacheco, presbítero, fue encerrado en la cárcel, donde murió consumido por la tisis. (1626).
- San JUAN WU WENYIN, mártir. Hebei, China. Siendo catequista, por negarse a renunciar a la fe y abrazar el paganismo, fue decapitado por la secta Yihetuan. (1900).
Hoy recordamos a BEATO EUGENIO III
Nació en Pisa en 1090.
Fue educado en Claraval por san Bernardo.
En su juventud entró en el clero diocesano.
Después se hizo cisterciense.
En 1145 murió el papa Lucio II, y los cardenales, sorprendentemente, eligieron a Pier Bernardo como pontífice sumo, con el nombre de Eugenio III.
San Bernardo no cogió con satisfacción esta elección y se quejó a los cardenales.
Por razones políticas ajenas a él, se tuvo que refugiar, ya papa, en Roma, en un castillo.
Como en Roma no cesaban los disturbios, fue a Viterbo. Aquí estaría ocho meses.
Proclamó la Cruzada II, que predicó San Bernardo, y a la que se unieron San Luis de Francia y el Emperador Conrado de Alemania. Pero no tuvo el éxito esperado.
Personalmente, siguió viviendo como un monje, cuyo hábito conservaba.
Defendió la autoridad papal, aprobó la orden de los Gilbertinos, reorganizó la Iglesia de Irlanda y envió como legado a Escandinavia al futuro papa Adriano IV.
San Bernardo escribió para Eugenio su obra “De Consideratione” sobre los deberes papales y la reforma de la Iglesia.
Con la ayuda militar de Roger de Sicilia, el papa pudo volver a Roma y mantenerse allí.
Firmó un tratado favorable para la Iglesia con Federico Barbarroja, pero murió en Tívoli en 1153.
Por su fama de santidad, y sus muchos milagros, se le rindió culto enseguida.