- San SÁGAR, obispo y mártir. Frigia. Padeció en tiempo de Servilio Paulo. (170).
- Santa FE, mártir. Agen. (s. IV).
- San RENATO, obispo. Sorrento. (s. V).
- San ROMÁN, obispo. Auxerre. (564).
- Beato MAGNO, obispo. Venecia. Al conquistar su sede los lombardos, se trasladó a la laguna veneta, donde fundó una nueva ciudad, Eraclea, así como varias iglesias en el lugar donde más tarde se levantó la ciudad de Venecia. (670).
- San YWIO, diácono y monje. Bretaña Menor. Discípulo de San Cutberto, obispo de Lindisfarne, que pasó de Inglaterra a esta región, donde vivió entregado a las vigilias y ayunos. (704).
- San JUAN “XENOS”, monje. Creta. Propagó por toda la isla la vida monástica. (s. XI).
- San PARDULFO, abad. Limoges. Ilustre por su santidad de vida, hizo huir de su iglesia a los sarracenos que retrocedían ante Carlos Martel. (737).
- San BRUNO, presbítero. Colonia. Enseñó ciencias eclesiásticas en la Galia. Deseando llevar una vida solitaria, con algunos discípulos se instaló en el apartado valle de Cartuja, en los Alpes, donde dio origen a una Orden que conjuga la soledad de los eremitas con la vida común de los cenobitas. Llamado por el papa Urbano II a Roma, para que le ayudase en las necesidades de la Iglesia, pasó los últimos años de su vida como eremita en el cenobio de Calabria. (1001).
- San ADALBERÓN, obispo. Baviera. Obispo de Würzburg, que por defender al papa tuvo que sufrir mucho por parte de los cismáticos. Tras ser expulsado varias veces de su obispado, pasó en paz sus últimos años en el monasterio de Lambach, que fundó él. (1090).
- San ARTALDO, obispo. Borgoña. Fundó la Cartuja de Arvières. Fue obispo de Belley. Tenía cerca de noventa años cuando fue elegido obispo muy a su pesar. A los dos años renunció y volvió a la vida monástica. Falleció a los 106 años. (1206).
- Santa MARÍA FRANCISCA de las LLAGAS de NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO GALLO, virgen. Nápoles. Terciaria franciscana. Soportó muchas y continuas pruebas, mostrando gran paciencia, penitencia y amor a Dios y a las almas. (1791).
- Beato FRANCISCO HUNOT, presbítero y mártir. Rochefort. Por su condición de sacerdote fue encarcelado en un barco donde moriría de fiebre. (1794).
- Beata MARÍA ROSA DUROCHER, virgen. Longueuil, Canadá. Fundó la Congregación de Hermanas de los Santos Nombres de Jesús y María, para la formación humana y cristiana de las jóvenes. (1849).
- San FRANCISCO TRAN VAN TRUNG, mártir. Annam. Siendo soldado resistió enérgicamente las propuestas de apostatar de la fe, por lo cual Tu Duc lo hizo decapitar. (1858).
Hoy recordamos especialmente al Beato ISIDORO de SAN JOSÉ de LOOR
Nace en Vrasene (Bélgica) el 8 de abril de 1881 de una familia de campesinos. Es doblemente afortunado, primero porque sus padres se distinguen por la piedad, la rectitud moral y una conducta irreprensible. En segundo lugar, porque «La agricultura ha sido creada por el Altísimo» (Sir. 7,15) y el trabajo de los campos es agradable a Dios. También en el convento se dedicará con pasión al trabajo del campo y escribirá: «Trabajar y plantar en el huerto me hace maravillosamente bien».
Es un joven robusto, activo y sociable; ayuda a la familia trabajando en el campo y el invierno con el tico como obrero de la empresa de pavimentación de las calles; canta en el coro de la parroquia y también es catequista. Participa asiduamente en la vida de la parroquia, se inscribe a la «Pía unión por el Vía Crucis semanal» y ama meditar la pasión de Jesús. Mientras va madurando la idea de ser religioso. Un sacerdote redentorista lo encamina hacia los pasionistas por su amor a Jesús Crucificado. En abril de 1907, a los 26 años de edad entra en el noviciado pasionista de Ere como religioso hermano.
Sufre mucho por la separación de su familia y padece un malestar, él que habla flamenco, debe hablar en francés, la lengua oficial en el convento. El 8 de septiembre de 1907 toma el hábito pasionista y un año después emite la profesión religiosa.
Está feliz por su vocación. Escribe a sus padres: «Aquí todos somos iguales, del superior al más pequeño; todos en una misma mesa, en una misma oración, en un mismo reposo, en una misma recreación. Todos juntos trabajamos, según la condición de cada uno. Nos damos un servicio recíproco»
Su vida no cambia mucho; habituado desde su familia a ser un apóstol continúa a serlo también en el convento. «Cumpliendo todo por la gloria de Dios, escribe, «colaboro en la conversión de los pecadores y a difundir la devoción a la Pasión de Jesús y a los dolores de María. Mientras los sacerdotes van a predicar, nosotros los hermanos trabajamos para la comunidad; también el trabajo más insignificante se convierte en mérito para Dios y nuestra salvación. No anhelo, ni deseo otra cosa que sacrificarme enteramente por la salvación de las almas».
Humildad y paciencia son sus virtudes. «El trabajo, dice bromeando, me hace bien. Así cuando viene el diablo y me encuentra ocupado, se convence que no tiene nada que esperar de mí… y no le queda más que irse».
Su vida es una continua búsqueda de la voluntad de Dios; sobre ella extiende su jornada y en ella encuentra paz y serenidad, en una continua acción de gracias. En la víspera de sus votos escribe: «Estoy por hacer mi profesión, únicamente para hacer la voluntad de Dios». Lo llaman «el hermano bueno, el hermano de la voluntad de Dios, la encarnación de la regla pasionista».
Vive una rígida pobreza y escribe: «No poseo muchas cosas; solo tengo un crucifijo, una navaja de afeitar, un sacapuntas, un lápiz, pero no sé cómo hacerles comprender la grande alegría que me llena viéndome libre de todo, para que mi corazón no ame sino a Jesús».
No falta el sufrimiento físico. En junio de 1911, por un cáncer, le es extirpado el ojo derecho. Soporta todo con grande fuerza, tanto que el médico que lo opera exclama: «Este hombre deber ser un santo». Él escribe: «Me he confesado y en la comunión he ofrecido a Dios mi ojo por la expiación de mis pecados, por el bien espiritual y material de ustedes y por otras muchas otras intenciones. Me he abandonado cómodamente a la voluntad de Dios, sin entristecerme».
El mal continúa su curso. Padece cáncer en el intestino y el médico advierte al superior las consecuencias fatales de la enfermedad. El superior hace conciente a Isidoro, el cual acoge la noticia con la habitual serenidad. Padece dolorosas operaciones. Exclama: «Debemos aceptar nuestros sufrimientos en unión con Jesús, que es para nosotros el modelo de abandono a la voluntad del Padre». Los familiares no podrán estar siempre con él para asistirlo, porque lo impiden los alemanes que han ocupado Bélgica. Estamos en plena 1ª guerra mundial. Muere en octubre de 1916, de 35 años.