- San ANTOLIANO, mártir. En Aquitania, Francia. (s. III).
- San SILVANO, obispo y mártir. En Siria. Presidió su sede durante cuarenta años, y en tiempo del emperador Maximiano obtuvo la palma del martirio al ser arrojado a las fieras, juntamente con el diácono Lucas y el lector Mocio. (s. IV).
- Santos DOROTEA, virgen, y TEÓFILO, estudiante, ambos mártires. En Cesarea de Capadocia. (s. IV).
- San MELIS, obispo. En Ardagh, Irlanda. (488).
- San VEDASTO, obispo. En Arras, Francia. Fue enviado por San Remigio, obispo de Reims, a esta ciudad devastada, y allí catequizó a Clodoveo. Llevó a cabo una labor evangelizadora importante durante cuarenta años (540).
- San AMANDO, obispo. En Elnon, Bélgica. Obispo de Maastricht. Predicó la Palabra de Dios por diversas regiones y llegó al territorio de los eslavos. Finalmente, habiendo construido un monasterio, terminó allí su vida. (679).
- Santa RENULA, abadesa. En Brabante, Bélgica. (s. VIII).
- San GUARINO, obispo. En Lacio. Notable por su vida austerísima y por su amor a los pobres. (1159).
- San BRINOLFO, obispo. En Skara, Suecia. Célebre por su actividad eclesiástica y su ciencia. (1317).
- Beato ÁNGEL de FURCIO, presbítero. En Nápoles. Agustino. Insigne en su celo por el reino de Dios. (1327).
- Beato ALFONSO MARÍA FURCIO, presbítero. En Salerno. Incansablemente ejerció su ministerio entre los agricultores, se preocupó sobre todo por la formación de los jóvenes pobres y huérfanos, y fundó la congregación de Hermanas de San Juan Bautista. (1910).
- Beato FRANCISCO SPINELLI, presbítero. En Cremona, Italia. A pesar de persistentes vejaciones y dificultades, soportadas siempre con paciencia, fundó y dirigió una congregación de Hermanas dedicadas a la adoración del Santísimo Sacramento. (1913).
- San MATEO CORREA, presbítero y mártir. En Durango, México. En medio de la persecución desatada contra la Iglesia se negó a revelar el secreto de confesión. (1927).
Hoy destacamos los SANTOS PABLO MIKI Y COMPAÑEROS
En 1549 llegó San Francisco Javier a Japón. Con su predicación y su testimonio dejó implantada la Iglesia en este país. Continuaron otros jesuitas su labor aumentando el número de bautizados.
En 1582 tomó el poder Taicosama, al que hicieron creer que la propagación del Evangelio era un lazo tendido por el Imperio Español para apoderarse de las Islas. Ante este temor, los jesuitas fueron expulsados, pero algunos permanecieron en la clandestinidad asistiendo a los cristianos.
El rey de España envió negociadores, logrando que los misioneros tuvieran licencia para predicar el Evangelio y que a los jesuitas pudieran unirse los franciscanos.
Abrieron centros misioneros, hospitales y lazaretos, dando gran ejemplo de caridad con los más humildes.
Organizaron, además, la Orden Tercera Franciscana cuyos miembros ayudaban a los religiosos a dar catequesis y en la asistencia a los enfermos, y abrieron escuelas para la instrucción y la formación de los niños.
Atraídos por los ejemplos de los religiosos, muchos japoneses se convirtieron al Evangelio. Pero los “bonzos” seguían protestando por la labor misionera. El emperador se dejó convencer de nuevo y promulgó un edicto fulminante por el que quedaba prohibido el cristianismo en todo el Imperio Nipón.
A los pocos días se publicó una lista de cristianos condenados a muerte, quedando las casas religiosas bajo la vigilancia permanente, pero permitiendo a los religiosos y a los fieles celebrar la Misa.
Durante una celebración de la Misa, franciscanos y fieles fueron prendidos. El guardián, Pedro Bautista, exhortó a todos a entregarse a la voluntad de Dios y entonó el Te Deum, que fue cantado por todos. Conforme se fueron entregando, acudieron otros cristianos, los cuales, al ver que los demás eran llevados presos, pidieron ser prendidos con ellos. Todos salieron hacia el martirio.
La turba pagana, azuzada por los bonzos, hizo burla de los cristianos maniatados mientras eran llevados por los soldados.
En 1597 les fue cortada la mitad de la oreja izquierda en la plaza en señal de ignominia, y al día siguiente comenzó su largo camino desde Meaco a Nagasaki, donde estaba prevista la inmolación.
Llegaron allí en la mañana del 6 de enero, y se les mandó subir la colina situada a la orilla del mar donde se erguían 26 cruces preparadas para ellos. El lugar es conocido como “Colina de los mártires”. El gobernador compadecido por la edad de los más pequeños pidió que renegasen de la fe. Pero fue inútil. Tenían entre 10 y 12 años.
Al llegar a la cumbre, a la vista de las cruces, se pusieron todos de rodillas y cantaron el Benedictus. Después fue cada uno a la cruz que le estaba señalada y la abrazó. Las cruces formaban un semicírculo y en medio estaban situadas las destinadas a los seis franciscanos. A los muchos cristianos que habían acudido allí, los soldados les impidieron acercarse. Los mártires fueron amarrados a ellas. Los verdugos sacaron las lanzas y se dispusieron a ir atravesando el costado de cada uno.
Los niños cantaron el Laudate Pueri Dominum que habían aprendido en la catequesis. Las lanzas atravesaron los pechos y los corazones de los mártires mientras los otros cristianos lloraban y oraban con fe viva.
Los cuerpos quedaron dos meses en las cruces sin dar señales de corrupción. Fueron 26 mártires en total. Uno de los franciscanos era gallego, el P. Francisco Blanco, nacido en Orense.