- SANTOS MÁRTIRES DE TRÉVERIS, bajo el imperio de Diocleciano. (s. IV).
- Santa CARITINA, mártir. Cilicia. (s. IV).
- Santa MAMLACA, virgen y mártir. Persia. Nació en Beth Garmay, y se trasladó a Persia donde fue condenada a muerte por Sapor. (343).
- San APOLINAR, obispo. Valence, Galia Vienense. Hermano de San Avito, obispo de Vienne. Lleno de fervor por la justicia y la honestidad, supo restituir el vigor y el esplendor de la fe en esta sede, durante largo tiempo desprovista de obispo. (520).
- Santos MAURO y PLÁCIDO, monjes. Discípulos de San Benito desde su adolescencia. (s. VI).
- San JERÓNIMO, obispo. Nevers. Enriqueció a su Iglesia con munificencia y solicitud pastoral. (816).
- San MEINULFO, diácono. Paderborn, Sajonia. Construyó y enriqueció el monasterio de Böddeken, y lo confió a una comunidad de vírgenes. (857).
- San FROILÁN, obispo. León. Primero fue eremita y después, ordenado obispo, evangelizó las regiones liberadas del yugo de los musulmanes, propagó la vida monástica y se distinguió por su beneficencia. (905).
- San ATILANO, obispo. Zamora. Siendo monje, fue compañero de San Froilán en la predicación por las tierras devastadas por los moros. (916).
- Beato PEDRO de IMOLA. Florencia. Caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, que se distinguió por su caridad en el cuidado de los enfermos. (1320).
- Santa FLORA, virgen. Cahors, Francia. De la Orden de San Juan de Jerusalén. Se dedicó a atender a los enfermos pobres en un hospital y vivió íntimamente unida a la Pasión de Cristo. (1347).
- Beato SANTOS, presbítero. Lacio. Ermitaño de San Agustín. Al que seguían multitudes cuando predicaba. (1392).
- Beato RAIMUNDO delle VIGNE, presbítero. Baviera. Dominico. Fue prudente moderador espiritual de Santa Catalina de Siena, de quien hizo una biografía. (1399).
- Beato MATEO CARRERI, presbítero. Lombardía. Dominico. Fue vehemente y fecundo predicador en su tiempo. (1470).
- Beatos GUILLERMO HARTLEY y JUAN HEWETT, presbíteros, y ROBERTO SUTO; mártires. Londres. Por su fidelidad a la Iglesia fueron ahorcados en tiempos de Isabel I. (1588).
- SANTA ANA SCHÄFFER, virgen y mística. Baviera. A los diecinueve años, en su oficio de sirviente se abrasó con agua hirviendo y, después, tras agravarse su estado de salud, vivió con ánimo sereno en espíritu de pobreza y oración, ofreciendo su dolor por la salvación de las almas. (1925).
- Beato BARTOLOMÉ LONGO, jurisperito. Nápoles. Preocupado por el culto a María y la formación cristiana de los campesinos y de los niños, fundó el santuario del Rosario, en Pompeya, y también una congregación de Hermanas con el mismo título, con los bienes que generosamente le dio su piadosa esposa. (1926).
- Santa FAUSTINA KOWALSKA, virgen. Cracovia. De la Congregación de Nuestra Señora de la Misericordia. Anunció el misterio de la Divina Misericordia. (1938).
Hoy recordamos especialmente a SAN TRANQUILIANO UBIARCO
Nacido el 8 de julio de 1899, fuera de matrimonio, su niñez estuvo llena de privaciones. Inició su formación escolar en el Asilo del Salvador; de allí pasó a la escuela oficial, donde cursó el tercer año de primaria, simultáneamente se integró al círculo vocacional y allí nació su inquietud por el sacerdocio ministerial. A los diez años de edad ingresó al Seminario Auxiliar de Zapotlán el Grande, su lugar de origen, y fue ordenado el 5 de agosto de 1923, justo en los tiempos más difíciles para el clero.
Fue trasladado a la parroquia de, Juchipila, en donde permaneció menos de un año, pues ahí lo sorprendió el enfrentamiento entre el Estado Mexicano y la Iglesia Católica, y fue nombrado vicario de la Parroquia de Lagos de Moreno, Jalisco. Se entregó con ímpetu a la acción social; en plena persecución religiosa el padre Ubiarco se mantuvo incansable en su ministerio sacerdotal, y aunque lo ejercía con gran dificultad, celebraba la Santa Misa en las casas particulares y en los ranchos, y confesaba hasta altas horas de la noche. El titular de la parroquia de Tepatitlán, Jalisco, se refugió fuera de la población, dejando ésta sin el amparo de un sacerdote, por lo que Tranquilino Ubiarco fue nombrado vicario ecónomo con funciones de párroco. Cuando llegó allí, la tensión era máxima. Con poco apoyo, vestido como obrero o campesino, rodeado de peligros, ejerció su ministerio durante quince meses en casas particulares, cada día en una distinta.
En cuanto el ejército federal quiso reprimir a la población civil que se solidarizaba con los católicos e implementó el cruel procedimiento de concentrar a los vecinos de rancherías, aldeas, y villas, en las cabeceras de los municipios, a Tepatitlán se acercaron centenares de menesterosos; muchos de ellos fueron atendidos por la solicitud del Padre Ubiarco, quien estableció un comedor público en el que llegaron a distribuirse hasta cien raciones diarias de alimentos.
La noche del 5 de octubre, varios soldados, guiados por el presidente municipal Arturo Peña, aprehendieron al sacerdote y lo recluyeron en un calabozo. El padre Tranquilino, muy sereno, invitó a los otros presos a rezar el Rosario y luego a reconciliarse. Dos horas después lo hicieron comparecer ante el jefe de armas, coronel José Lacarra, quien decretó en el acto la pena de muerte. Camino del suplicio, el padre Ubiarco quiso saber cuál de los soldados le daría muerte y como nadie respondió, dijo: «Todo está dispuesto por Dios, y el que es mandado, no es culpable». Al escuchar esto, el soldado que había recibido la orden, se declaró incapaz de cumplimentarla, por lo que su superior inmediato ordenó su arresto. Preguntó luego el prisionero con qué instrumento le darían muerte, y le mostraron una soga, que sin más bendijo. Elegida la rama de uno de aquellos árboles, lo ahorcaron.