- San JOVINIANO, lector y mártir. En Auxerre, Galia Lugdunense. (s. III).
- San EUTIMIO, diácono y mártir. En Alejandría de Egipto. (305).
- San MÁXIMO de JERUSALÉN, obispo. En condenado por Maximino Daya a trabajos forzados en las minas. Después de haberle arrancado un ojo y quemado la piel con hierros candentes. Alcanzada la libertad, pudo marchar de allí y fue nombrado obispo de Jerusalén, en donde, con el prestigio de su confesión, descansó en el Señor. (350).
- San BRITÓN, obispo. En Tréveris, Galia belga. Defendió a su grey de los errores del priscilianismo, aunque junto con San Ambrosio, obispo de Milán, y San Martín, obispo de Tours, trató en vano de detener la violencia de quienes reclamaban la ejecución de Prisciliano y sus seguidores. (386).
- San HILARIO, obispo. En Arlés, Provenza. Después de llevar una vida eremítica en Lérins, fue promovido al episcopado, en donde trabajando con sus propias manos, vistiendo una sola túnica tanto en verano como en invierno y viajando a pie, manifestó a todos su amor por la pobreza. Entregado a la oración, los ayunos y las vigilias, y perseverando en una predicación continua, mostró la misericordia de Dios a los pecadores, acogió a los huérfanos y no dudó en destinar para la redención de cautivos todos los objetos de plata que se conservaban en la basílica. (449).
- San NICECIO, obispo. En Vienne. (s. V).
- San GERONCIO, obispo. En Milán. (472).
- San MAURONTO, abad y diácono. En Marchiennes, Galia belga. Discípulo de San Amando. (702).
- San SACERDOTE, obispo. En Limoges, Aquitania. Primero fue monje y abad. Más tarde designado obispo, si bien al final de su vida quiso volver de nuevo a la vida monástica. (s. VIII).
- San GOTARDO, obispo. En Hildesheim, Sajonia. Primero abad del monasterio de Niederaltaich, visitó y renovó otros monasterios, y al morir San Bernardo le sucedió en la sede episcopal, donde promovió la vida cristiana de su Iglesia, restableció en el clero la disciplina regular y abrió diversas escuelas. (1038).
- San LEÓN, eremita. En Calabria. Entregado a la oración y a las obras de misericordia en favor de los pobres, murió en el monasterio de Africo. (s. XIII).
- San AVERTINO, diácono. En Vençai, Tours. Acompañó a Santo Tomás Becket al destierro, y a la muerte de éste volvió a dicho lugar, donde vivió como eremita. (1189).
- Beato BIENVENIDO MARENI, religioso. En Recanati, Piceno italiano. Franciscano. (1289).
- Beata CATALINA CITTADINI, virgen. Bérgamo. Privada de sus padres desde la infancia, llegó a ser una paciente y competente maestra, que cuidó con esmero una institución dedicada a la educación cristiana de niñas pobres, y con esta misma finalidad fundó el Instituto de Hermanas Ursulinas de Somasca. (1857).
- Beato GREGORIO FRACKOWIAK, religioso y mártir. En Dresde, Alemania. De la Sociedad del Verbo Divino. Encarcelado y degollado por los nazis. (1943).
Hoy recordamos especialmente a SAN NUNCIO SULPRIZIO
Nunzio nació en la localidad italiana de Pescosansonesco el 13 de abril de 1817. Su padre falleció en 1820 y su madre en 1823. Durante su infancia padeció las consecuencias de la pobreza, la enfermedad y del maltrato, esto último por cuenta de su tío materno, que le obligó a trabajar como herrero en condiciones inhumanas.
Lejos de lamentarse, el pequeño Nunzio vio en sus sufrimientos la posibilidad de santificarse. Así, cumplió sin protestar las duras tareas que le obligaba a realizar su tío, que, además, le prohibió acudir a la escuela y casi no le daba de comer.
Como resultado de estas difíciles condiciones de vida, Nunzio Sulprizio desarrolló una grave infección en una pierna que, al no tratarse, le causó una minusvalía. Su tío no se apiadó y siguió obligándole a trabajar en las tareas más duras de la herrería e incluso lo maltrató físicamente.
A pesar de ello, Nunzio no guardó rencor hacia su tío. Acudía a Misa siempre que podía y procuraba rezar el Rosario a diario.
La infección de la pierna aumentó y en el hospital no quisieron tratarlo por considerar que su enfermedad era incurable. Al ver que Nunzio no podía seguir trabajando, su tío lo expulsó de casa condenándolo a la mendicidad y a la pobreza extrema.
La situación del joven llegó a oídos de otro tío, un militar de profesión que lo recogió y lo llevó ante el coronel Felice Wochinger, quien se hizo cargo de su tratamiento médico.
Gracias al coronel Wochinger, en 1832 Nunzio, que entonces tenía 15 años, ingresó en el Hospital de Incurables. En este lugar su salud mejoró notablemente, aunque no llegó a recuperarse del todo, y comenzó a prepararse para recibir la Primera Comunión.
Durante los dos años que permaneció en el hospital, con altibajos en su salud, el joven dio muestras de una gran cercanía a Dios: impartía catecismo, preparaba a los pequeños para la confesión y la Primera Comunión y desarrolló una profunda vida interior en la que la santificación del dolor era la piedra angular de su espiritualidad.
Una vez que dejó el hospital, Nunzio se trasladó a casa del coronel Wochinger, que lo trató como a un hijo. A él le transmitió su voluntad de consagrarse a Dios. Sin embargo, la infección de la pierna empeoró y el avance de la gangrena se hizo imparable.
Tras meses de grandes dolores y fiebre alta, Nunzio Sulprizio falleció el 5 de mayo de 1836, a los 19 años de edad, en Nápoles.