- Santa SINCLÉTICA, virgen. En Alejandría de Egipto. Vida eremítica. (s. IV).
- San DEOGRACIAS, obispo. En Cartago. Redimió a muchos cautivos, apresados por los vándalos, ofreciéndoles cobijo en las basílicas dotadas de camas y esteras. (458).
- Santa EMILIANA, virgen. En Roma. Tía paterna del Papa San Gregorio Magno. Falleció piadosamente. (s. VI).
- San CONVOIÓN, abad. En la Bretaña Menor, Francia. Fundó el Monasterio de San Salvador en Roten, siguiendo la Regla de San Benito. Tuvo un elevado número de monjes. El cenobio fue destruido por los normandos, y fundó una nueva casa. (868).
- San EDUARDO, el CONFESOR, rey. En Londres. Amado por su eximia caridad. Trabajó por mantener la paz en sus estados y la comunión con Roma. (1066).
- San GERLACO, eremita. En Holanda. Se distinguió por su servicio a los indigentes. (1165).
- Beato ROGERIO, presbítero. En Umbría. Franciscano. Discípulo de San Francisco, y ferviente imitador suyo. (1237).
- Beatos FRANCISCO PERLTIER, JACOBO LEDOYEN y PEDRO TRESSIER, presbíteros y mártires. En Angers, Francia. Por mantenerse fieles a su sacerdocio fueron decapitados durante la Revolución Francesa. (1794).
- San JUAN NOPOMUCENO NEUMANN, obispo, en Filadelfia, Estados Unidos. De distinguió por su preocupación a favor de los inmigrantes pobres, ayudándoles con sus consejos y su caridad, así como por la educación cristiana de los niños. (1860).
- Beato CARLOS de SAN ANDRÉS HOUBEN, presbítero. En Dublín. Admirable ministro del sacramento de la Penitencia. (1893).
- Beata MARCELINA DAROWSKA, viuda. En Ucrania. Muerto su esposo y su hijo se consagró a Dios. Preocupada por la dignidad de la familia, fundó la Congregación de Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, para la educación de las jóvenes. (1911).
- Beato PEDRO BONILLI, presbítero. Spoleto, Italia. Fundador de la Congregación de Hermanas de la Sagrada Familia, para atender y educar a las niñas pobres y huérfanas. (1935).
- Santa GENOVEVA TORRES MORALES, virgen. Zaragoza. Desde joven experimentó contrariedades de vida y soportó la enfermedad que le aquejaba. Fundó el Instituto de Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles, para ayudar a las mujeres. (1956).
Hoy recordamos especialmente a SAN CARLOS de SAN ANDRÉS HOUBEN
Nació en Munstergeleen (Limburgo, Holanda). Era de carácter abierto y jovial, aunque inclinado a la reflexión. Se distinguió por su ferviente devoción a la Eucaristía y a María. Estudió para ser sacerdote, aunque no se distinguió por su inteligencia, pero esto no impidió que fuera presbítero. Ingresó en los pasionistas en 1845 y tomó el nombre de Carlos de San Andrés. Su petición de ingreso en la Congregación de la Pasión fue aceptada por el beato Domingo de la Madre de Dios.
En 1852, fue enviado a Inglaterra, donde trabajó entre los mineros de Aston; ejerció durante un tiempo el cargo de vicemaestro de novicios, en Broadway, y el misterio sacerdotal en la parroquia de San Wilfrido y en el barrio hasta que en 1856 lo trasladaron al nuevo convento de de Mount Argus, cerca de Dublín.
En Irlanda pasó el resto de su vida (excepto un paréntesis de ocho años). Buscó la soledad para estar en contacto con Dios, pero su soledad era invadida continuamente por la gente, que lo buscaba. Fue sacerdote de singular piedad; se distinguió particularmente en el ejercicio de la obediencia, en la práctica de la pobreza, de la humildad y de la sencillez, y aún más en la devoción de la Pasión del Señor. Se dedicó particularmente a la dirección espiritual de las almas a través de la confesión.
La fama de sus virtudes atrajo muy pronto al convento a un gran número de fieles, que pedían su bendición. En una ocasión, mientras visitaba una parroquia de campo, transportaron a los enfermos fuera de sus casas y los alinearon a lo largo de la calle, para que los bendijera. Existen testimonios atendibles de curaciones sorprendentes, que le valieron la fama de taumaturgo.
A causa de esta fama, difundida en todo el Reino Unido y extendida también en Estados Unidos y Australia, para darle un poco de tranquilidad fue trasladado en 1866 a Inglaterra, donde vivió en los conventos de Broadway, Sutton y Londres. En 1874 volvió a Dublín, donde permaneció hasta su muerte. A causa de su vida austera y de penitencia que hacía su salud empeoró, como por un accidente que tuvo del que contrajo una gangrena, pero jamás se le oyó lamentarse. Murió lleno de méritos.