- San ARISTARCO de TESALÓNICA, discípulo de San Pablo. (s. I).
- Santos JUSTINO y CRESCENCIO, mártires. Roma. (258).
- San ELEUTERIO, mártir. Bitinia, Turquía. (s. IV).
- Santa IA, mártir. Persia. Durante el reino de Sapor II. (632).
- San EUFRONIO, obispo. Tours, Neustria. Participó en varios concilios, restauró muchas iglesias en la ciudad, erigió parroquias en las aldeas y promovió con gran esmero la veneración a la Santa Cruz. (573).
- San ONOFRE, eremita. Catanzaro, Calabria. Insigne por sus ayunos y por la austeridad de su vida. (995).
- San RAINIERO, obispo y mártir. Split, Dalmacia. En primer lugar, fue monje; después sobrellevó grandes padecimientos por defender los derechos de la Iglesia en la sede episcopal de Cagli y posteriormente murió apedreado en Split. (1180).
- Beata CECILIA, virgen. Bolonia. Recibió el hábito de manos de Santo Domingo, de cuya vida y de cuyo espíritu fue muy fiel. (1290).
- Beato GUILLERMO HORNE, mártir. Londres. Cartujo. Siempre fiel a la Regla. Debilitado tras una larga permanencia en la cárcel durante el reinado de Enrique VII, y sometido a suplicio, murió martirialmente en Tyburn. (1540).
- Beato FEDERICO JANSSOONE, presbítero. Montreal. Franciscano. Difundió notablemente las peregrinaciones a Tierra Santa. (1916).
- Beato GONZALO GONZALO, religioso y mártir. Madrid. Hospitalario. Martirizado por partidarios del Frente Popular. (1936).
- Beatos JOSÉ BATALLA PARRAMÓN, presbítero, JOSÉ RABASA BENTANACHS y EGIDIO GIL RODICIO, religiosos; mártires. Barcelona. Martirizados por el Frente Popular. (1936).
- Beato ENRIQUE KRZYSZTOFIK, presbítero y mártir. Dachau. Nacido en Polonia, y deportado al Campo de Concentración por confesarse católico. Murió entre suplicios. (1942).
Hoy destacamos especialmente a San JUAN MARÍA VIANNEY
Nació en Dardilly en 1786.
Después de trabajar como pastor durante su niñez, apoyado por su párroco empezó los estudios sacerdotales y desde 1813 fue alumno del seminario de Lyon. Recibió la ordenación en 1815.
Su primer destino fue el de coadjutor de Ecully y, acreditado por sus virtudes, en 1818 fue nombrado cura de Ars.
Transformó espiritualmente la parroquia mediante la predicación y el confesionario, dedicándose también a obras de misericordia, como la Casa de la Providencia.
Creció su fama y una multitud creciente de fieles acudía a Ars a escuchar sus catequesis y a confesarse con él.
Murió en 1859.