- Santa PETRONILA, virgen y mártir. En Roma. (s. inc.).
- San HERMIAS, soldado y mártir. En el Ponto. (s. III).
- Santos CANCIO, CANCIANO y CANCIANILA, mártires. En Aquileya, Venecia. Detenidos mientras huían en un carro. (s. IV).
- San SILVIO, obispo. En Toulouse. (s. V).
- Beato JACOBO SALOMINI, presbítero. En Forlí. Siendo aún adolescente, fallecido su padre e ingresada su madre en las monjas cistercienses, distribuyó sus bienes entres los pobres e ingresó en los dominicos, donde resplandeció durante cuarenta y cinco años como amigo de los pobres y hombre de paz, y dotado de insignes carismas. (1314).
- Beatos ROBERTO THORPE, presbítero, y TOMÁS WATKINSON, mártires. En York. Condenados a muerte por Isabel I, el primero por ser sacerdote y el segundo, padre de familia de edad avanzada, por haber prestado muchas veces ayuda a los sacerdotes. (1591).
- Beato NICOLÁS BARRÉ, presbítero. París. Siendo maestro de teología y célebre educador de las almas, instituyó las Escuelas Cristianas y de Caridad, así como el Instituto de Hermanas del Niño Jesús, para impartir educación gratuita a los hijos de pobres. (1686).
- Beato FÉLIX AMOROSO, religioso. En Nicosia. Tras haber sido rechazado durante diez años, finalmente ingresó en la orden capuchina, donde desempeñó humildísimos oficios con sencillez e inocencia de corazón. (1787).
- Beato MARIANO DI NICOLANTONIO de ROCCACASALE, religioso. En Roma. Franciscano. Cumpliendo su oficio de portero, abrió la puerta del convento a los pobres y a los peregrinos, a quienes con caridad atendía en todo. (1886).
- San NOÉ MAWAGGALI, mártir. En Uganda. Servidor del rey. Rehusó huir cuando empezó la persecución. Ofreció su pecho a las lanzas, seguidamente lo colgaron de un árbol. (1886).
Hoy recordamos especialmente a la SANTA BAUTISTA MARANO
Santa Bautista Camila de Varano, monja clarisa del siglo XV, testimonió con todas sus fuerzas el sentido evangélico de la vida, especialmente perseverando en la oración. Entró a los 23 años en el monasterio de Urbino y se integró como protagonista de aquel vasto movimiento de reforma de la espiritualidad femenina franciscana que se proponía recuperar plenamente el carisma de santa Clara de Asís. Promovió nuevas fundaciones monásticas en Camerino, donde fue elegida abadesa en varias ocasiones, en Fermo y en San Severino. La vida de santa Bautista, totalmente inmersa en las profundidades divinas, fue una ascensión constante por el camino de la perfección, con un amor heroico a Dios y al prójimo. Estuvo marcada por grandes sufrimientos y místicos consuelos; en efecto, como ella misma escribe, había decidido «entrar en el Sagrado Corazón de Jesús y ahogarse en el océano de sus dolorosísimos sufrimientos». En un tiempo en el que la Iglesia sufría un relajamiento de las costumbres, ella recorrió con decisión el camino de la penitencia y de la oración, animada por el ardiente deseo de renovación del Cuerpo místico de Cristo.