- San EUSTASIO, obispo. En Nápoles. (s. III).
- San MARCOS, obispo. En Siria. Durante la controversia arriana no se desvió la más mínimo de la fe católica, y sufrió persecución durante el imperio de Juliano, el Apóstata. San Gregorio Nacianceno lo saludó como varón insigne y anciano santísimo. (364).
- Beato BERTOLDO, prior. Monte Carmelo, Palestina. Abandonando la milicia, fue admitido entre los hermanos que profesaban vida religiosa en ese monte. Más adelante fue elegido prior. (1188).
- San GUILLERMO TEMPIER, obispo. En Poitiers. Prudente y firme. Defendió la Iglesia contra los nobles. (1197).
- San LUDOLFO, obispo y mártir. En Wismar, Alemania. Defendió la libertad de la Iglesia. Por ello fue aherrojado a una reducida cárcel, donde quedó agotado corporalmente. Tanto que al salir de prisión murió. (1250).
- Beato JUAN HAMBLEY, presbítero y mártir. En Salisbury. Fue al patíbulo en tiempos de Isabel I. (1587).
Hoy recordamos especialmente a los SANTOS ARMOGASTES, ARQUINIMO y SATURNO
Con amplias variantes en la grafía de los nombres, e incluso en la fecha en que aparecen inscriptos, este grupo de mártires se conmemora en todos los martirologios antiguos. Todos ellos tienen como fuente el libro I de la Historia de la Persecución en África, del obispo Víctor de Vita, que fue quien nos transmitió de primera mano los hechos, ya que vivió entre el 430 y el 480, y la persecución arriana en el norte africano ocurrió hacia el 460. Si es que puede establecerse una jerarquía de crueldad como puede establecerse una de bondad, puede decirse que la persecución de los vándalos -que en definitiva habían sido «cristianizados» (eran arrianos)- fue especialmente cruel y atroz, incluso comparada con las de los paganos.
De estos tres mártires nos cuenta Víctor de Vita que eran católicos muy comprometidos, que argüían contra el arrianismo, y defendían la fe arrostrando toda clase de tentaciones de abandonarla; Saturno, por ejemplo, era procurador en la casa del rey, hasta que descubierto como católico se le puso en la opción de mantener la fe y perderlo todo, o convertirse al arrianismo, en lo que incluso la propia esposa lo presionaba. Murieron decapitados por no aceptar la conversión al arrianismo.