- San IRENARCO, mártir, en Sebaste, antigua Armenia. Siendo verdugo se convirtió a Cristo motivado por la constancia de las mujeres cristianas. Murió decapitado. (s. IV).
- Santos PAPINIANO y MANSUETO, obispos y mártires, en el territorio vándalo de África, actuales Libia y Túnez. En la persecución desencadenada por los vándalos durante el reinado del arriano Genserico fueron quemados con planchas de hierro incandescentes. También alcanzaron martirio otros obispos: URBANO, CRESCENTE, HEBETDEO, ESUTASIO, CRESCONIO, VICIS y FÉLIX. (s. V).
- San ESTEBAN EL JOVEN, monje y mártir. En Constantinopla. En tiempo de Constantino Coprónimo fue atormentado con variados suplicios por dar culto a imágenes sagradas. (764).
- Santa TEODORA, abadesa. En Calabria. Discípula de San Nilo. Maestra de la vida monástica. (980).
- SANTIAGO PICENO o de la MARCA, presbítero. En Nápoles. Franciscano. Esclarecido por su predicación y austeridad de vida. (1476).
- Beato JACOBO THOMPSON, presbítero y mártir. En York, Inglaterra. Condenado a muerte durante la persecución de Isabel I. (1582).
- San ANDRÉS TRAN VAN TRÔNG, mártir, en Vietnam. Encarcelado y atormentado por negarse a pisar una cruz, fue decapitado. (1835).
- Beato LUIS CAMPOS GÓRRIZ, mártir. Valencia. Durante la persecución, culminó con su martirio una vida fervorosamente entregada al apostolado y a la caridad. (1936).
Hoy recordamos especialmente a los Beatos JUAN JESÚS ADRADAS GONZANO, presbítero, y 14 COMPAÑEROS
Nació el 15 de agosto de 1878 en Conquezuela (Soria), diócesis de Sigüenza, y fue bautizado el 18 de agosto de 1878 con el nombre de Mariano. Sus padres eran cristianos de fe maciza, sincera y sencilla, chapados a la antigua manera castellana. Sus costumbres eran puras, y rezumaba en ellas la fe y la moral del evangelio. La familia Adradas procedía de gente rica y acomodada, pero la mala administración los llevó poco a poco a la pobreza y, cuando nació Mariano Adradas, sus padres carecían de fortuna y abundaban en privaciones. Su padre murió cuando él tenía diez y ocho meses, y la madre viuda puso a trabajar de sacristán a su hijo mayor José Adradas, que llegó con el tiempo a ser sacerdote. Luego, éste se convirtió en protector y ayuda de la familia y especialmente de su hermano pequeño, al que pagó los estudios.
La primera educación y formación moral corrió a cargo de su madre y de una tía llamada Bonifacia Adradas, en regular posición económica y en su casa de Mojares pasó gran parte de su niñez y las temporadas de vacaciones cuando ya era seminarista.
Esta piadosa señora sufragó parte de los gastos de su carrera. En este pueblo aprendió las primeras letras, descollando al punto sobre sus condiscípulos por la agudeza de ingenio e inteligencia clara. A la edad competente, recibió la primera comunión. Con la ordenación de su hermano mayor José Adradas, ya párroco de Oter, cambió el panorama económico de la familia, pudiendo vivir juntos la madre y sus hijos.
Su hermano, viendo las bellas cualidades de Juan Jesús —nombre religioso— para los estudios y su decidida vocación al sacerdocio, lo preparó cuidadosamente para el seminario, concibiendo ya sobre el inteligente candidato las más halagüeñas esperanzas.
En 1895 se trasladó al seminario de Sigüenza e ingresó en el colegio de Infantes, donde en un régimen de riguroso encierro y férrea disciplina, estudió latín y Humanidades, desde donde luego pasó al seminario mayor para los estudios filosóficos y teológicos.
Durante toda la carrera fue uno de los alumnos más aventajados y obtuvo calificaciones de meritissimus.
Llevaba una vida de intensa piedad, virtud sólida y gran seriedad, que fueron siempre sus distintivos.
Descollaba por su devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento.
A finales de 1903 terminó brillantemente su carrera y recibió el sagrado orden del presbiterado.
Celebró la primera misa en la iglesia del seminario de Sigüenza y se sentía feliz de ser sacerdote. Animado por su hermano, en 1904 se trasladó al seminario de Zaragoza con intención de hacer los grados y doctorarse en Teología y Derecho canónico para opositar luego a una canonjía. Esos eran sus deseos, pero los designios de Dios eran muy diversos: “El hombre traza su camino; pero Dios es quien dirige sus pasos” (Prov. XVI, 9).
Su vocación religiosa nació en Zaragoza, cuando menos lo esperaba. Estando allí, visitó una tarde el manicomio provincial, dirigido por los hermanos de San Juan de Dios. Al despedirse, mientras lo acompañaba el superior, como estaba vacante la capellanía de la casa, se la ofreció. Juan la aceptó contentísimo para sufragarse por sí mismo los gastos de su estancia en la ciudad y no gravar a la familia. El Señor le dio la vocación religiosa al ver a aquellos virtuosos hermanos, atraído por su vocación y caridad. Abandonó sus estudios, renunció a sus ilusiones y, a pesar de la fuerte oposición familiar, entró en la Orden Hospitalaria.
Ingresó en Ciempozuelos el 26 de abril de 1904; el 21 de junio de 1904 vistió el hábito religioso cambió su nombre de bautismo, Mariano, por el de Juan Jesús. Hizo el noviciado bajo la dirección del futuro beato Federico Rubio. Desde el primer momento de su ingreso fue verdadero dechado de religioso hospitalario.
Pasó el año de prueba edificando a toda la comunidad. Emitió la profesión simple el 30 de junio de 1905 y la solemne el 24 de noviembre de 1908.
Desempeñó el oficio de capellán de los manicomios de Palencia, San Baudilio de Llobregat, Ciempozuelos y Santa Águeda de Mondragón.
Fue fundador y director de la escolanía hospitalaria de Ciempozuelos. De acuerdo con el provincial padre Andrés Ayucar, que le tenía gran estima, oía sus consejos y apoyaba decididamente sus planes, fundó el 2 de febrero de 1910 la escolanía hospitalaria del Sagrado Corazón de Jesús, seminario de vocaciones que ha dado rica cosecha de sazonados frutos. A esta institución, cuya dirección más o menos directa mantuvo hasta junio de 1925, consagró sus mejores energías, todos sus desvelos y el cariño más tierno de su corazón.
Fue nombrado maestro de novicios en Carabanchel, el 22 de julio de 1911 sin dejar la dirección de la escolanía que de cincuenta alumnos había pasado a ciento veinte, y regresó a Ciempozuelos en 1914. Trabajó con celo y entusiasmo extraordinario y el resultado fue una pléyade de santos religiosos, muchos de los fueron asesinados.
En noviembre de 1919, el Capítulo General lo eligió provincial de España, Portugal y América, cargo que desempeñó hasta 1925, pero conservó siempre la alta dirección de la escolanía. Durante su provincialato visitó todas las casas, teniendo para todos sus súbditos palabras de aliento y de consolación. Su celo por la observancia regular era constante, y él, un ejemplo vivo para hacer cumplir cuanto disponía, siendo él el primero en los actos de comunidad.
La visita a las casas de América fue una verdadera prueba. Con celo incansable soportó cuantas molestias e incomodidades llevan consigo aquellos largos viajes (algunos veinte días a caballo) por caminos difíciles. Dejó a todos admirado por su tesón en el cumplimiento de su deber.
Inauguró el hogar-clínica de San Juan de Dios, en Santurce; restauró la orden en Colombia, con la fundación de las casas de Santa Fe de Bogotá, Sibaté, Pasto y hospital San José; restauró la orden en Chile, con el manicomio de Santiago; fundó el sanatorio psiquiátrico de San José de Málaga y el neuropático de Funchal, isla de la madera. Dio un gran impulso a la organización administrativa general, logrando mejorar todos los servicios hospitalarios y corregir las deficiencias de que adolecían algunos hospitales, perfeccionando sus instalaciones y ampliando los trabajos de asistencia.
Adelantándose a la legislación social estableció, en conformidad con la Rerum Novarum, un reglamento para todo el personal auxiliar de la orden, determinando sus derechos, sueldos y pensiones para los jubilados y su asistencia médica en caso de enfermedad.
Fomentó los estudios de aquellas carreras y especialidades que tienen relación con los servicios hospitalarios: sacerdotes, doctores, enfermeros, maestros y auxiliares sanitarios. Este plan provocó envidias y contradicciones, por lo que no pudo terminarlo, pero la semilla quedó en el surco y hoy ondea el campo rico de mieses.
Nombrado capellán de la basílica San Juan de Dios de Granada, fue infatigable en el púlpito y en el confesionario. El arzobispo de Granada le concedió permiso para misionar la sierra, y fueron los frutos ubérrimos ya que se acercaron a los sacramentos personas que hacía treinta años o más que no los habían recibido, e incluso un anciano recibió la primera comunión. El excesivo trabajo quebrantó su salud.
En 1934 fue elegido consejero provincial y maestro de novicios en Ciempozuelos. Dedicado a la santificación de los novicios le sorprendió la revolución de julio de 1936. El 7 de agosto fue detenida la comunidad y llevada al colegio de san Antón, habilitado como prisión. Fue junto con el superior fray Guillermo Llop el sostén y consuelo de los hermanos.
Burlando la vigilancia de los terribles milicianos daba pláticas espirituales a los hermanos, dirigía los días de retiro espiritual, los confesaba y confortaba y animaba al martirio. Sufrió múltiples sacrificios, privaciones, villanías e irreverencias. Estaba sereno y tranquilo y esta actitud la infundía a todos los de la cárcel. Vivió en plenitud todas las virtudes.
Murió en Paracuellos del Jarama, Madrid, el 28 de noviembre de 1936. Su despedida fue: “Hasta el cielo, Dios sea bendito”.