- Santos CRISANTO y DARÍA, mártires. toma. (253).
- Santos CRISPÍN y CRISPINIANO, mártires. Soissons, Galia. (s. III).
- San MINIATO, mártir. Florencia. (s. III).
- San FRONTÓN. Aquitania. Primer anunciador del Evangelio en Périgueux. (s. III).
- San GAUDENCIO, obispo. Brescia. Ordenado por San Ambrosio. Se distinguió entre los prelados de la época por su doctrina y virtudes, enseñó a su pueblo de palabra y con sus escritos, y construyó una basílica a las que llamó “Concilio de los Santos”. (410).
- San HILARO, obispo. Gevaudan, Galia. (s. VI).
- San FRUTOS, ermitaño. Segovia, Hispania. Vivió en una escarpada montaña. (715).
- San MAURO, obispo. Pécs, Hungría. Hombre de sólida formación eclesiástica, que fue monje y abad del monasterio de Pannonhalma. (1070).
- San BERNARDO CALBÓ, obispo. Vic. Siendo juez, renunció a su cargo para profesar como monje cisterciense. Fua abad del monasterio de Santes Creus y, más tarde, resultó elegido para la sede de Vic. Promovió siempre la verdadera doctrina. (1243).
- Beato TADEO MACHAR, obispo. Borgo Sant’Antonio, Piamonte. Obispo de Cork y Cloyne, en Irlanda, el cual, víctima de las envidias de los poderosos, tuvo que salir de su país y de viaje a Roma murió. (1492).
- Beato RECAREDO CENTELLES ABAD, presbítero y mártir. Nules, Castellón. Operario Diocesano. Matado a las puertas del cementerio por los que odiaban el sacerdocio. (1936).
- Beatas MARÍA TERESA FERRAGUD ROIG y sus hijas MARÍA de JESÚS MARÍA VERÓNICA, MARÍA FELICIDAD MASIÁ FERRAGUD, vírgenes, y JOSEFA de la PURIFICACIÓN MASIÁ FERRAGUD, virgen; mártires. Alcira. Las dos primeras, clarisas; la última, agustina. Muertas por odio a la fe. (1936).
Hoy recordamos especialmente al Beato TADEO MACHAR
Muy poco sabemos sobre la juventud de Tadeo. Pertenecía a la familia real de los MacCarthy. Nació en la región de Munster, conocida actualmente con el nombre de Desmond. Su padre era señor de Muskerry y su madre era hija de Fitzmaurice, señor de Kerry. El nombre de Tadeo fue muy común en la familia durante siete siglos. Se dice que él hizo sus primeros estudios bajo la dirección de los frailes menores de Kilcrea. Después, partió al extranjero. Según parece, se hallaba en Roma en 1482 (tenía entonces veintisiete años), cuando el papa Sixto IV le nombró obispo de Ross, en Irlanda. Tres años más tarde, cuando Enrique Tudor empezó a gobernar tres reinos, los geraldinos yorkistas decidieron imponer a su propio candidato en la sede de Ross. Desde que el Papa había nombrado obispo al beato Tadeo, el auxiliar de su predecesor, Hugo O’Driscoll, estaba descontento. Los enemigos de Tadeo alegaron que éste había obtenido del Pontífice la dignidad episcopal con engaños. También le acusaron de otros crímenes. El conde de Desmond se apoderó de las rentas de la sede, y el obispo tuvo que refugiarse en una abadía cisterciense, en las cercanías de Palma, que el obispo de Clogher le había dado ‘in commendam’. Las maquinaciones de los Fitzgerald dieron por resultado que la Santa Sede suspendiese al beato Tadeo en 1488. Éste entonces acudió a Roma para defender personalmente su causa. Al cabo de dos años de investigaciones, el Papa Inocencio VIII confirmó la elevación de Hugo a la sede de Ross, pero nombró a Tadeo obispo de las diócesis unidas de Cork y Cloyne, que estaban entonces vacantes.
Cuando el beato llegó a su diócesis, tuvo la desagradable sorpresa de ver que se le cerraban las puertas de su propia catedral y que las rentas de la sede se hallaban en manos de los Fitzgerald, los Barry y otros. En vano intentó hacer valer sus derechos y de conseguir, por medios pacíficos, que se le reconociese. Como todo resultase inútil, decidió partir nuevamente a Roma y apelar a la Santa Sede. El Papa condenó a los usurpadores y dio al beato cartas para el conde de Kildare, que era entonces jefe del gobierno en Irlanda, para los principales miembros del clan del propio Mateo y para otros personajes de importancia. En ellas, el Pontífice los exhortaba a proteger al beato y hacer triunfar la causa de la justicia. El beato Tadeo emprendió, a pie, el viaje de vuelta. El 24 de octubre de 1497 llegó a Ivrea, al pie de los Alpes y se hospedó en la posada de los canónigos regulares de San Bernardo de Montjoux. A la mañana siguiente, le encontraron muerto en su lecho.
Los canónigos revisaron el equipaje del muerto y se enteraron de quién se trataba. Inmediatamente comunicaron la noticia al obispo de Ivrea, el cual mandó que fuese sepultado con la mayor solemnidad. Pronto corrió la noticia de la muerte de aquel obispo que viajaba a pie y de incógnito, como un humilde peregrino y todo el pueblo asistió a los funerales en la catedral. 1492.