- San CRISÓGONO, mártir, en el territorio actual de Venecia, se le da culto, no obstante en Roma. (304).
- Santa FIRMINA, mártir, en Umbría. (304).
- San PROTASIO, obispo, en Milán. Defendió ante el Emperador Constante a San Atanasio; participó en el Concilio de Sárdica. (352).
- San ROMANO, presbítero, en la Aquitania. (385).
- San COLMANO, abad, en la Aquitania. Siendo joven esclavo buscó refugio y la libertad en un monasterio, en el cual se hizo monje y llegó a ser abad, donde murió ya anciano agotado por las penitencias. (532).
- Santas FLORA y MARÍA, vírgenes y mártires, en Córdoba, que en la persecución llevada a cabo por los musulmanes fueron encarceladas con San Eulogio y muertas a espada. (856).
- Santos PEDRO DUMOULIN-BORIE, obispo de la Sociedad de Misiones Extranjeras, y PEDRO VO DANG KHOA y VICENTE NGYEN THO DIEM, sacerdotes, en Annam, hoy Vietnam, que padecieron martirio por orden del Emperador Minh Mang, al ser decapitado el primero y estrangulados los otros. (1838).
- San ANDRÉS DUNG LAC, presbítero, y SUS COMPAÑEROS, mártires. Vietnam actual. En una común celebración se venera a los ciento diecisiete mártires de las regiones asiática, ocho de ellos obispos, otros muchos presbíteros, amén del ingente número de fieles de ambos sexos y de toda condición y edad; todos los cuales prefirieron el destierro, las cárceles, los tormentos y, finalmente, los extremos suplicios, antes que pisotear la cruz. (1839).
- Beatas NICETAS DE SANTA PRUDENCIA PLAJA XIFRA y COMPAÑERAS, vírgenes y mártires, en Paterna, Valencia, del Instituto de Hermanas Carmelitas de la Caridad. Fusiladas por los marxistas. (1936).
Hoy recordamos especialmente a SAN ALBERTO de LOVAINA
Había nacido éste en 1166. Era hijo de Godofredo, duque de Brabante, y de Margarita de Linburgo. Pasó la niñez en el castillo que tenía su padre en la colina de Lovaina, que se llama actualmente Mont-Cesar, en la que hay una abadía benedictina muy conocida. Desde muy joven se escogió a Alberto para el estado clerical. A los doce años se le nombró canónigo de Lieja; pero a los veintiún años, el joven renunció a ese beneficio y pidió a Balduino V, conde de Hainaut, que le diese el espaldarazo de caballero. Balduino accedió y le envió a combatir a sus enemigos. Dado lo que aconteció después, podemos suponer que Alberto tenía la intención de partir a la Cruzada. En efecto, cuando el cardenal Enrique de Albano, legado pontificio, predicó algunos meses más tarde la Cruzada en Lieja, uno de los que «tomaron la cruz» fue Alberto. Pero, por la misma época, abrazó la vida clerical y recibió nuevamente su canonjía. Ignoramos qué fue lo que provocó este curioso incidente. Lo cierto es que Alberto no fue nunca al Oriente, ni como soldado ni como clérigo. Al año siguiente, fue nombrado archidiácono de Brabante y, a ésa siguieron otras dignidades. Sin embargo, aunque Alberto era archidiácono y preboste por oficio, sólo había recibido el subdiaconado.
En 1191 murió el obispo de Lieja. Los dos candidatos a la sucesión se llamaban Alberto, ambos eran archidiáconos y ninguno de los dos era presbítero. El otro era Alberto de Rathel, diácono, primo de Balduino de Hainaut y tío de la emperatriz Constancia, esposa de Enrique IV. Un cronista de la época dice que acudieron a la elección, que tuvo lugar en Lieja, muchos duques, condes y hombres de armas. Pero Alberto de Lovaina era claramente el candidato de mayores cualidades, y el capítulo le eligió por una mayoría aplastante. Entonces, Alberto de Rethel apeló a su pariente, el emperador, quien era enemigo del hermano de Alberto de Lovaina, Enrique de Brabante. El emperador convocó a ambas partes a Worms. Prácticamente, todo el clero de Lieja estaba en favor de san Alberto, en tanto que sólo una minoría de canónigos apoyaban a Alberto de Rethel. Pero el emperador, en vez de fallar en favor de uno de los dos, anunció que había concedido la sede al preboste de Bonn, Lotario, a quien acababa de nombrar canciller imperial a cambio de tres mil marcos. San Alberto manifestó serenamente al emperador que su elección era canónicamente válida, le reprochó el coartar la libertad de la Iglesia y apeló a la Santa Sede. En seguida, partió para Roma por caminos poco transitados y disfrazado de criado, pues el emperador quería detenerle. Él mismo cuidaba su caballo por la noche, ayudaba en la cocina y, en cierta ocasión, llegó incluso a limpiar las botas de un criado que se lo pidió. El papa Celestino III, después de madura deliberación, declaró que la elección de san Alberto había sido válida y la confirmó.
Sin embargo, san Alberto no pudo tomar posesión de su sede a su regreso, pues Lotario se había apoderado de ella y además, el arzobispo Bruno de Colonia, que era ya anciano y estaba enfermo, no se atrevió a consagrarle por miedo al emperador. El papa Celestino, previendo eso, había autorizado al arzobispo Guillermo de Reims a consagrar y ordenar a san Alberto en su diócesis. Mientras el santo se hallaba en Reims, llegó a la ciudad la noticia de que el emperador había ido a Lieja a exterminar a san Alberto y sus partidarios. El tío de san Alberto quería partir con un grupo de nobles para enfrentarse con el emperador y defender los derechos de su sobrino, pero éste, que tenía una idea más alta de los deberes de un cristiano, prefirió permanecer en el destierro para evitar la guerra. Entre tanto, el emperador tomó severas medidas contra el clero de Lieja, obligó a someterse a los partidarios de san Alberto y partió a Maastricht, donde urdió un nuevo plan. El 24 de noviembre de 1192, al cabo de casi diez semanas en Reims, san Alberto fue a visitar la abadía de San Remigio, fuera de las murallas. Ciertos caballeros alemanes, que le esperaban en un paso muy estrecho, le dieron muerte. Toda la ciudad se estremeció de horror. San Alberto fue sepultado con grandes honores en la catedral, el emperador Enrique tuvo que hacer penitencia, y Lotario fue excomulgado y se vio obligado a huir.