- Santos LUCIO, MONTANO, JULIANO, VICTORICO, VÍCTOR y DONACIANO, mártires. En Cartago. Durante la persecución de Valeriano confesaron la fe aprendida de San Cipriano. (259).
- SANTOS MÁRTIRES de CAPADOCIA. Durante la persecución de Maximiano los mataron quebrándoles las piernas. (303).
- SANTOS MÁRTIRES de MESOPOTAMIA. Colgados por los pies murieron ahogados por el humo y consumidos a fuego lento. (303).
- San DESIDERIO, obispo y mártir. En Langres, Galia Lugdunense. Viendo a su grey oprimida por los vándalos, se dirigió a su rey para suplicar por ella, pero por orden del monarca fue condenado a muerte, ofreciéndose así, libremente, por sus bautizados. (355).
- San EUTIQUIO, abad. En Norcia. Primero llevó una vida solitaria con San Florencio, procurando conducir a muchos hacia Dios a través de la exhortación, y luego gobernó santamente un monasterio cercano. (487).
- San SPES, abad. En Norcia. Durante cuarenta años soportó la ceguera con admirable paciencia. (517).
- San HONORATO, abad. En Subiaco. Gobernó sabiamente el monasterio donde antes había vivido San Benito. (s. VI).
- San SIAGRIO, obispo. En Niza. (787).
- San MIGUEL, obispo. En Frigia. Favoreció la paz y la concordia entre griegos y latinos, pero enviado al exilio por defender el culto de las imágenes sagradas, murió lejos de su patria. (826).
- San GUIBERTO, monje. En Lieja. Abandonó el ejército y abrazó la disciplina de la vida monástica, construyó un cenobio en un terreno de su heredad, retirándose después al monasterio de Gorze. (962).
- Beatos JOSÉ KURZAWA y VICENTE MATUSZEWSKI, presbíteros y mártires. En Witowo, Polonia. Asesinados por los nazis. (1940).
Hoy recordamos especialmente a SAN JUAN BAUTISTA de ROSSI
Nació en 1698, en Génova, uno de los cuatro hijos de una excelente familia. Cuando Juan tenía diez años, un noble y su esposa obtuvieron de sus padres permiso de llevarlo a Génova para educarle en su casa, sin perder la relación con ellos. Juan permaneció ahí tres años y se ganó el aprecio de todos.
Informado por un tío de Juan, fraile capuchino, su primo, canónigo de la Iglesia en Roma, le invitó a continuar estudios en el Colegio Romano, y allí llegó a los trece años.
Pronto se hizo muy popular entre sus profesores y condiscípulos. En 1721 recibió la ordenación sacerdotal.
Desde sus años de estudiante acostumbraba visitar los hospitales y se interesó por el albergue Santa Galla, fundado por el papa Celestino III, donde pasaban la noche nos que no tenían casa.
Juan Bautista trabajó allí durante cuarenta años. Pero descubrió otros menesterosos de los que nadie se ocupaba, y a ellos consagró lo mejor de su tiempo.
Eran los campesinos que iban a vender el ganado en el mercado del Foro, a los que se acercaba de madrugada para tenderlos y evangelizarlos.
Y las mujeres que mendigaban en las calles y acababan en la prostitución, para las que, con algunos donativos, alquiló una casa detrás del albergue de Santa Galla y la convirtió en el “Refugio de San Luis Gonzaga”.
Durante la convalecencia de una enfermedad, el obispo, le pidió que condesase en su diócesis, descubriendo el bien que podría hacer administrando este sacramento. En adelante lo vivió como su vocación específica.
En 1731, el canónigo Rossi favoreció que su primo fuese nombrado vicario de Santa María in Cosmedin, iglesia un poco abandonada por estar algo lejana del centro de Roma.
En cuanto Juan Bautista empezó a confesar allí, comenzaron a acudir penitentes de todas las clases sociales.
Tenía que pasar tanto tiempo en el confesionario, que dos papas, Clemente XII y Benedicto XIV, le dispensaron de la obligación de asistir al coro. Este último papa le confió, además, la misión de dar clase a los empleados de prisiones y de otras oficinas públicas. Y de todas partes le solicitaban para que fuese a predicar misiones y a dar pláticas en las casas religiosas.
Al morir el canónigo Rossi, Juan Bautista le sucedió en la canonjía; pero consagró la renta a la adquisición de un órgano para la iglesia y a pagar el sueldo del organista. Él vivía muy austeramente, en una humilde buhardilla.
Su mala salud, de la que padeció siempre a causados de haberse excedido den las penitencias cuando era joven, obligó a san Juan Bautista a trasladarse, en 1763, al hospital de la Trinità, donde fue atendido por problemas cardiacos.
Finalmente, en 1764, murió de un ataque al corazón.