- San BASILIO, mártir, en Antioquía de Siria. (s. III).
- San CRISPÍN, obispo y mártir, en la provincia hispánica de Bética. (s. IV).
- San DASIO, mártir, en Rumanía. (303).
- Santos OCTAVIO, SOLÚTOR y ADVENTOR, mártires, en Turín. (s. IV).
- San TEONESTO, mártir, en Verceli, Italia, en cuyo honor San Eusebio edificó la Basílica. (313).
- San DORO, obispo, en Campania, Italia. (s. V).
- San SILVESTRE, obispo, en Burgundia, Francia, vivió un sacerdocio lleno de virtudes. (525).
- San HIPÓLITO, abad y obispo, en la Galia Lugdunense. (707).
- San GREGORIO DECAPOLITA, monje, que primeramente abrazó la vida monástica y después la de anacoreta. Finalmente, después de peregrinar, se afincó en Constantinopla donde defendió las imágenes sagradas. (s. IX).
- San EDMUNDO, rey y mártir. Inglaterra. Siendo rey de los anglos orientales, cayó prisionero en la batalla contra los invasores normando y, por profesar la fe, fue muerto. (870).
- San BERNWARDO, obispo, Germania, que defendió a sus fieles, restauró la disciplina del clero y fomentó la vida monástica. (1022).
- San CIPRIANO, abad, en Calabria, Italia, que siendo duro consigo mismo, fue generoso con los pobres y buen consejero para todo el mundo. (1190).
- San FRANCISCO JAVIER CAN, mártir, en Tonkín, Vietnam, catequista estrangulado y decapitado en tiempo del Emperador Minh Mang. (1837).
- Beata MARÍA de los MILAGROS ORTELLS GIMENO, virgen y mártir, en Paterna, Valencia. Clarisa. Martirizada por los marxistas. (1936).
Hoy destacamos a BEATA ÁNGELA de SAN JOSÉ y CATORCE COMPAÑERAS MÁRTIRES
Ángeles Lloret Martí y sus dieciséis compañeras del Instituto de las Hermanas de la Doctrina Cristiana, congregación fundada por Micaela Grau, fueron asesinadas en Valencia en 1936. Habían dedicado sus vidas a la enseñanza de los niños, de los obreros y de los campesinos analfabetos
En la ruptura del diálogo social y la confusión y crispación ambiental que caracterizó especialmente la tercera década del siglo XX, las siervas de Dios se vieron en el reto de dar testimonio de la fe desde su condición de religiosas evangelizadoras.
Habían seguido a Cristo pobre en el «ser uno de tantos», viviendo en las mismas condiciones que los pobres del pueblo, pasando necesidad económica con frecuencia y trabajando duro por aliviar las penas de los necesitados.
Su amor, abierto a todos, fue concreto: «Dulzura en las palabras, mansedumbre en el trato, buenas formas siempre. Sea la amabilidad el sello que las caracterice ‑decía madre Ángeles‑ y hallen siempre en nosotras, los pobres y los desgraciados, el corazón tierno y compasivo de una madre cariñosa y solícita».
Cuando el 19 de Julio de 1936, tuvieron que abandonar la casa general, la madre Ángeles Lloret Martí y sus consejeras, madres Sufragio y María de Montserrat, junto con varias hermanas ancianas que vivían con ellas y otras que llegaron de diversas comunidades y que, por distintas circunstancias, no pudieron reunirse con sus familiares, constituyeron una única comunidad.
El 20 de noviembre un microbús fue a recogerlas a la calle Maestro Chapí, n‑ 7, de Valencia para su último viaje. Desconocían el destino, pero lo sospechaban. Salieron de casa animándose, rezando y perdonando. Madre Ángeles había alertado ya a sus compañeras para el momento supremo: “Todos los males y los bienes están pesados, medidos y contados por quien puede servirse de ellos para nuestro bien». «Ni nos pondrá más carga que la que podamos sobrellevar, ni nos dejará llevar solas el peso de la tribulación». «Ayudémonos mutuamente en los angustiosos momentos que atravesamos y, sí es voluntad del que todo lo puede, que no nos volvamos a ver acá abajo, que nos unamos en abrazo eterno en el cielo»
La fe, la esperanza y el amor que Dios había puesto en la madre Ángeles y en sus compañeras el día de su bautismo, habían crecido y dado fruto según los talentos que cada una había recibido. Por eso, en aquel anochecer del 20 de noviembre de 1936, además de las ásperas órdenes del pelotón, oyeron la voz amorosa del Padre que les decía: «Entra en el gozo de tu Señor».»
La madre Sufragio, última en morir, recogiendo el sentir comunitario, dio el último grito glorificando a Dios y diciendo: «Viva Cristo Rey». Fue la última «buena noticia» que daba al mundo en tinieblas, desde los primeros destellos de la luz del reino. Las balas acallaron sus labios, pero, desde entonces, su muerte grita para siempre la fuerza del Evangelio. Sus cuerpos cayeron al suelo en el picadero de Paterna, Valencia.