- San EPAFRAS. Trabajó mucho para la difusión del Evangelio, y a quien San Pablo llamó queridísimo siervo. (s. I).
- Santos MACEDONIO, TEÓDULO y TACIANO, mártires. Meros. Siendo emperador Juliano el Apóstata, después de sufrir muchos tormentos, fueron tendidos en parrillas al rojo vivo. (362).
- Santa MACRINA, virgen. Ponto, Turquía. Hermana de los Santos Basilio Magno, Gregorio de Nisa y Pedro Sebaste, gran conocedora de la Sagrada Escritura, que se retiró a la vida solitaria y fue ejemplo admirable de amor a Dios y de alejamiento de las vanidades del mundo. (379).
- San SÍMACO, papa. Roma. A quien los cismáticos amargaron la vida. Auténtico confesor de la fe. (514).
- Santa ÁUREA, virgen. Córdoba. Hermana de los santos mártires Adolfo y Juan, que, en una de las persecuciones bajo los musulmanes, llevada ante el juez negó, asustada, la fe, pero arrepentida de inmediato, se presentó al mismo magistrado y, repetido el juicio, se mantuvo firme.
- San BERNOLDO, obispo. Utrecht. Libró del dominio de los señores a las iglesias y a los monasterios de su diócesis, fundó nuevas iglesias e introdujo los usos y costumbres cluniacenses en los monasterios. (1054).
- Beata STILLA, virgen. Franconia. Sepultada en la iglesia que ella misma fundó. (1140).
- Beato PEDRO CRISCI, penitente. Foligno. Distribuidos todos sus bienes entre los pobres, se puso al servicio de la catedral y llevó una vida humilde y penitente en la torre del campanario. (1323).
- San JUAN BAUTISTA ZHOU WURUI, mártir. Hebei. Joven aún, confesó abiertamente ante los seguidores del Yihetuan que era cristiano, por lo cual le amputaron varios miembros y finalmente lo remataron a hachazos. (1900).
- Santos ISABEL QIN BIANZHI y su hijo SIMÓN QIN CHUNFU, mártires. Hebei. El chico tenía catorce años. Murieron a manos de Yihetuan en medio de grandes crueldades. (1900).
- Beatos AQUILES PUCHALA y HERMANN STEPIEN, presbíteros y mártires. Polonia. Franciscanos. Durante la ocupación nazi fueron asesinados por estos. (1943).
Hoy recordamos especialmente a SAN JUAN PLESSINGTON
Nacido hacia 1637, no se sabe si de familia católica o protestante, lo encontramos ya cerca de los años 60 en el Colegio Inglés de Valladolid, España, estudiando para sacerdote católico. Recibe la ordenación en 1662 y vuelve a Inglaterra al año siguiente. Puede dedicarse muchos años a un fructífero ministerio, pero en las detenciones por la conjura de Oates, es apresado y condenado a muerte el 11 de julio de 1679. Será ajusticiado en Gallow’s Hill in Boughton, Cheshire, con el salvaje cuanto acostumbrado procedimiento de horca, deshollamiento (aún vivo), dispersión de los restos.
Lo que hace distinto a Plessington es que se conservan las palabras que tuvo gracia de los jueces de poder pronunciar antes de ser ahorcado, un medianamente largo discurso, que transmite la serenidad del ánimo del mártir, pero también ejercita una catequesis dirigida a los espectadores. He aquí la exhortación:
Queridos conciudadanos: Estoy aquí para ser ejecutado no por hurto u homicidio ni por alguna otra cosa contra la ley divina o por haber hablado contra la Monarquía y el Gobierno civil. Supongo que alguno de los presentes estuvieron en mi proceso en los últimos juicios y pueden atestiguar que no se me pudo hacer cargo de otra cosa que la de ser sacerdote. Estoy seguro que pensáis que el sacerdocio no va de suyo contra la monarquía ni contra el gobierno del país. Si queréis consultar el Antiguo o el Nuevo Testamento, que son la base de la Religión, (veréis) que si no hay sacerdotes no hay religión. Lo dice San Pablo en el capítulo VII, 12 de la carta a los Hebreos. Si el sacerdocio se cambia, se cambia también la Ley, y por ello al quedar el sacerdocio abolido, la Ley y la Religión vienen absolutamente a menos.
Que el Papa tenga poder para deponer a los reyes o para dar licencia de matar no es punto de nuestra fe. Yo protesto en presencia de Dios y de la Corte celestial que soy absolutamente inocente de la conjura de la que tanto se habla y que aborrezco propósitos tan sanguinarios y dañosos, y si bien han pasado nueve semanas desde que fui condenado a muerte no he sido acusado de semejante cosa, así que puedo confortarme con las palabras de San Pedro IV, 15-16: «Que ninguno de vosotros sufra como homicida o ladrón o malhechor, o como avaro de las cosas materiales, pero si alguno sufre por ser cristiano que no se avergüence o lo lamente».
Yo he merecido una muerte peor, porque aunque he sido un leal y fiel súbdito de mi rey, pero he pecado muchas veces contra Dios. Quizás ladrones y bandidos que asaltan por los caminos tienen mayor perfección que yo en su servicio a Dios, toda vez que yo he recibido tan grandes favores de El. Pero como no ha habido pecador del que él no se haya compadecido si acude a la misericordia de Jesús, así yo espero, por los méritos de su pasión, que él tendrá misericordia de mí que estoy arrepentido de corazón de haberlo ofendido. Sed testigos los que me escucháis de que yo profeso sin dudar y firmemente todos los artículos de la fe católica romana y que por la verdad de cada uno de ellos, con la ayuda de Dios, yo estoy dispuesto a morir, y que prefiero morir antes que poner en duda algún punto de la fe enseñada por nuestra Santa Madre la Iglesia Católica Romana…
En qué condiciones Margarita Plat, uno de los principales testigos contra mí, estaba antes o después que estaba conmigo, díganlo los más próximos parientes de ella. George Massey, otro testigo, juró en falso cuando juró que yo le di el sacramento y celebré la misa en el lugar y tiempo recordado por él, y yo verdaderamente creo que ni él me habló jamás ni yo le hablé ni nos vimos sino en la semana del juicio. El tercer testigo, Robert Wood, murió repentinamente. Pero ¿por qué debo hablar de muertos? Estos fueron todos los testigos, al menos los que depusieron. Yo de corazón y libremente perdono a todos los que han sido o son en alguna manera causa de mi muerte y de todo corazón les deseo que los que viven se puedan arrepentir cordialmente. Que Dios bendiga al Rey y a la familia real y le dé un próspero reinado aquí y una corona de gloria en la otra vida. Que Dios les dé paz a sus súbditos y que ellos vivan y mueran en la verdadera fe, esperanza y caridad. No queda sino que yo me encomiende a mí mismo a la misericordia de Jesús, por cuyos méritos yo espero alcanzar misericordia. Oh Jesús, sé para mí Jesús.