- San ALEJANDRO, obispo y mártir. Yendo de Capadocia a Jerusalén, recibió el encargo pastoral de la Ciudad Santa, donde fundó una importante biblioteca e instituyó una escuela. En su ancianidad, durante la persecución de Decio, fue conducido a Cesarea de Palestina, donde fue ejecutado. (250).
- San FRIGIDIANO, obispo. En Toscana. Nació en Irlanda. Reunió clérigos en un monasterio, y por el bien del pueblo desvió el curso del río para conseguir un nuevo territorio fértil, y convirtió a la fe católica a los lombardos que habían invadido el territorio. (588).
- San LEOBARDO, monje. En Tours. Recluido en una celda cercana a un monasterio. Brilló por su abstinencia y humildad. (593).
- San EDUARDO, rey. En Wareham, Inglaterra. Todavía adolescente fue asesinado dolosamente por los criados de su madrastra. (978).
- San SALVADOR de HORTA, religioso. Cagliari, Cerdeña. Franciscano. Humilde instrumento de Cristo. (1567).
- Beatos JUAN THULES, presbítero, y ROGERIO WRENNO, mártires. En Lancaster. Martirizados en tiempos de Jacobo I. (1616).
Hoy recordamos especialmente a Beata MARTA Le BOUTEILLER
Amada Adela Le Bouteiller nació el 2 de diciembre de 1816 en Percy (Francia), tercera de cuatro hijos del matrimonio de Andrés Le Bouteiller y María Francisca Morel, pequeños propietarios de tierras, granjeros y tejedores. En la escuela tuvo como educadora a la terciaria carmelita sor María Farcy, que enseñó durante 48 años, y es una figura determinante en la formación de la juventud de aquella parroquia, y ciertamente inspiradora de la vocación religiosa de Amada Adela.
Con cerca de 11 años de Amada, murió su padre, y el hogar quedó sólo sostenido por su madre y los hijos mayores. Cuando Amada tenía ya 20 años, casados sus hermanos mayores, fue a trabajar como doméstica. Mientras tanto realizaba cada año, siguiendo a sor Farcy, una peregrinación a Chapelle-sur-Vire, a unos 15 Km de Percy.
Allí tomó contacto con las Hermanas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia, fundadas por santa María Magdalena Postel, para la educación de la juventud. Atraída por su espiritualidad, ingresa en 1841 a la abadía de Saint Sauveur-le-Vicomte, donde aún vivía la propia fundadora, octogenaria ya, pero de gran vitalidad y dones carismáticos.
Tiene como maestra de novicias a la beata Plácida Viel, que sucederá a la fundadora con la muerte de esta, en 1846. La comunidad estaba abocada en ese momento a la reconstrucción del edificio en ruinas y la construcción de la comunidad, en medio de austeridades. Amada recibió en 1842 el hábito religioso, con el nombre de sor Marta. Al invierno siguiente, siendo aún novicia, fue enviada a la casa de La Chapelle-sur-Vire -que son Marta conocía bien- para ayudar en las tareas materiales de la comunidad (lavado de ropa, limpieza).
Allí tuvo un accidente decisivo para ella: lavando la ropa en el río, tuvo un resbalón, y quedó paralizada de una pierna; la Madre Postel le aseguró que eso no sería impedimento para que continuara con su vocación religiosa y oró por ella. Al poco tiempo la parálisis desapareció, y sor Marta atribuyó la curación a la santa fundadora.
Desde su primera profesión el 7 de septiembre de 1843 hasta su muerte, la beata Marta realizó las tareas más humildes del convento: cocina, trabajos del campo, etc. Hizo todo con espíritu de obediencia, de modo que puede decirse de ella que hizo grande esas tareas pequeñas. Dedicada a la oración y la meditación, alimentaba su espiritualidad con la lectura de autores de la llamada «escuela francesa de espiritualidad» (San Francisco de Sales, por ejemplo).
Se cuenta que, durante la guerra franco-prusiana, cuando las provisiones de la abadía disminuían apresuradamente, la beata Marta colgó en la pared una imagen de la fundadora (muerta hacía tiempo), a la que rogaba insistentemente que no faltara nada.
En el invierno del ’75/’76 la beata sufrió un accidente en una pierna, que la obligó a una larga convalecencia, y al posterior uso de bastón; esto, junto con la muerte de la beata Plácida, fueron para ella grandes pruebas que tuvo que soportar en la humildad y entrega a Dios.
A la edad de 67 años, el 18 de marzo de 1867 -que en ese año fue domingo de Ramos-, tras la merienda, mientras intentaba colocar unas botellas en la cocina, cae al suelo; y nuevamente más tarde. Muere esa misma noche de una congestión cerebral, tras haber recibido los sacramentos.