- San SÁTIRO. Milán. Hermano de San Ambrosio. Cuando aún no era cristiano, sufrió un naufragio sin temor a la muerte, pero, salvado de las aguas, entró en la Iglesia. Unido en mutua fraternidad a su hermano, fue enterrado por el obispo de Milán junto al mártir San Víctor. (377).
- San LAMBERTO, obispo y mártir. Lieja. Al frente de Maatricht, se retiró al monasterio de Stavelot, y tiempo después, restituido a la sede, siendo inocente fue asesinado por los enemigos de la Iglesia mientras desempeñaba la función pastoral. (705).
- San RODINGO, abad. Argona, Austrasia. Fundador y piadoso prepósito del monasteiro de Beaulieu, cerca de Lyon. (s. VIII).
- Santa COLUMBA, virgen y mártir. Córdoba. En la persecución desencadenada por los musulmanes confesó su fe ante el juez, por lo que fue decapitada ante el palacio. (853).
- San REINALDO, ermitaño. Angers, Galia. Vivió en las montañas de Craon, para vivir mejor los preceptos del Señor. (1104).
- Santa HILDEGARDA, virgen. Bingen. Expuso y describió piadosamente en libros los conocimientos conseguidos experimentalmente, tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística. (1179).
- Beato QUERUBÍN TESTA, presbítero. Turín. De la Orden de Ermitaños. Devotísimo de la Pasión. (1479).
- San PEDRO ARBUÉS, presbítero y mártir. Zaragoza. Canónigo regular de San Agustín. Dedicado a combatir supersticiones y herejías, fue asesinado ante el altar de la iglesia catedral a manos de algunos afectados por su oficio de inquisidor. (1485).
- San MANUEL NGUYEN VAN TRIÊU, presbítero y mártir. Hué, Vietnam. Cayó bajo el régimen del emperador Canh Thinh. (1798).
- San FRANCISCO MARÍA de CAMPOROSSO, religioso. Génova. Capuchino. Eximio por su caridad para con los pobres. (1866).
- Beato JUAN VENTURA SOLSONA, presbítero y mártir. Castellón de la Plana. Martirizado por odio a la fe. (1936).
- Beato SEGISMUNDO SAJNA, presbítero y mártir. Palmiry, Varsovia. Fusilado durante la guerra por no abandonar su fe. (1940).
Hoy recordamos especialmente a SAN ROBERTO BELARMINO
Autor de obras ascéticas, pastorales y teológicas que le valieron el título de Doctor de la Iglesia, san Roberto Belarmino (1542-1621) fue uno de los hombres más eruditos de su tiempo, valiente defensor de la ortodoxia católica tras las divisiones causadas por la Reforma protestante. Movido por la caridad tanto en la ayuda a los pobres – a los cuales donó todo – como en las disputas doctrinales, se le confió la cátedra de controversias (es decir apologética) en Colegio Romano. Aquí tuvo entre sus alumnos al joven Luis Gonzaga (1568-1591), al que asistió a su lecho de muerte, lo que le inspiró para escribir El arte de bien morir.
Sus lecciones confluyeron en una obra, Controversias, cuya resonancia en Europa fue tal que los protestantes instituyeron cátedras ad hoc en el intento de responder a las sólidas argumentaciones del jesuita. Estuvo involucrado en la instrucción del proceso a Giordano Bruno, al que intentó salvar convenciéndolo de que renegara de sus tesis heréticas. También tuvo un papel en la primera elucidación de Galileo Galilei con el Santo Oficio, donde el científico se presentó voluntariamente a finales del 1615, y algunos meses más tarde tuvo que admitir que el heliocentrismo de Copérnico (cuyo tratado está dedicado al papa Pablo III, que le animó a publicarlo) aún tenía el estatus de una hipótesis no demostrada según el método científico.
Escribió la Doctrina cristiana breve (estructurada en 94 preguntas y respuestas) y la Declaración más copiosa de la doctrina cristiana. Estas dos obras, más conocidas como «Pequeño y Gran Catequismo», tuvieron una grandísima difusión y estuvieron en uso hasta el siglo XIX, formando enteras generaciones de fieles. Belarmino las había escrito por orden de Clemente VIII, que lo había llamado a Roma como su teólogo de confianza. Profundamente humilde, el mismo papa dijo de él: «La Iglesia de Dios no tiene a nadie del mismo valor en el ámbito de la ciencia».