- San SIMÓN, “BAR SABAS”, obispo y mártir. Persia. Obispo de Seleucia y después en Persia. Padeció persecución bajo el rey de Persia Sapor II por no querer recaudar dinero de los cristianos para él, por lo que fue arrestado. Se negó a arrodillarse ante el rey y a adorar al solo. Lo cargaron de cadenas y lo torturaron. Murió degollado junto con otros eclesiásticos. (341).
- Santos ELÍAS, presbítero, y PABLO e ISIDORO, monjes, mártires. Córdoba. Conocemos las actas de su martirio gracias a San Eulogio. Confesaron con firmeza su fe en Jesucristo por lo que sus cuerpos fueron colgados en patíbulos y arrojados, posteriormente, al río. (856).
- Beato ENRIQUE HEATH, presbítero y mártir. Londres. Franciscano. Bajo Carlos I, fue entregado al verdugo de Tyburn por ser sacerdote. (1643).
- Beata CATALINA TEKAWITHA, virgen. Quebec. Nacida entre los indígenas del lugar, sufrió muchas amenazas y desprecios por haber aceptado ser bautizada, ofreciendo a Dios su virginidad. (1680).
Hoy recordamos especialmente a la Beata MARÍA ANA de JESÚS NAVARRO de GUEVARA
María-Ana, nació en Madrid, en 1565. Sus padres fueron Luis Navarra de Guevara y Juana Romero. Desde su más tierna edad se consagró a Dios y tuvo que resistir a las insistencias de su padre que quería casarla, y aun tuvo que soportar malos tratos por parte del autor de sus días y de la mujer que había tomado en segundas nupcias. Pero María-Ana permaneció inquebrantable en su generosa decisión. Para sustraerse a la injusta persecución, buscó entrar en un monasterio, pero todos se negaban a recibirla por temor al resentimiento de su familia. Así, obligada a permanecer bajo el techo paterno, llevó una vida de retiro y de rigurosas austeridades. Dios la colmó de favores extraordinarios. Finalmente, a la edad de cuarenta y dos años, obtuvo de su padre el permiso para entrar en la orden de Nuestra Señora de la Merced, donde recibió el hábito con el nombre de María-Ana de Jesús.
En 1614 pronunció sus votos solemnes, al mismo tiempo que otra santa religiosa recibió el nombre de María de Jesús. Las dos formaron el núcleo de un nuevo instituto, que tomó el nombre de Religiosas Descalzas de Nuestra Señora de la Merced. María-Ana, que visitaba con frecuencia a la reina, edificaba con su modestia a toda la corte. Aplicó sus oraciones y mortificaciones por tres clases de infortunados: los pecadores, las almas del purgatorio y los cristianos cautivos en África. A causa de una enfermedad que puso a prueba su paciencia y la hizo sumisa a la voluntad de Dios, murió el 17 de abril de 1624.