- San MATÍAS, apóstol. Ocupó el lugar que había dejado Judas dentro del Colegio Apostólico.
- San MÁXIMO, mártir. En Asia Menor. Padeció bajo Decio lapidado. (250).
- San PONCIO, mártir. En Cimiez, Francia actual. (s. III).
- Santos VÍCTOR y CORONA, mártires. En Siria. (s. III).
- San ISIDORO, mártir. En la Isla de Quío, Grecia. Fue arrojado a un pozo. (s. III).
- Santos FÉLIX y FORTUNATO, mártires. En Venecia. (s. IV).
- Santas JUSTA y ENEDINA, mártires. En Cerdeña. (s. IV).
- San ABRÚNCULO, obispo. En Clermont-Ferrand. Expulsado de su sede de Langres por Gundebaldo, rey de los burgundios, fue puesto al frente de la iglesia de Clermont-Ferrand. (488).
- San GALLO, obispo. En Clermont-Ferrand. Varón humilde y bondadoso, tío paterno de San Gregorio de Tours. (551).
- San CARTAGO, obispo y abad. En Lismore, Irlanda. (638).
- San EREMBERTO, obispo. En Neustria. Siendo obispo de Toulouse, abrazó la vida monástica en Fontenelle. (674).
- Beato GIL de VAOZELA, presbítero. En Santarem, Portugal. Docente de medicina en París, abandonó la vida disoluta que llevaba y, tras ingresar en los dominicos, con lágrimas, oración y sacrificios, superó todas las tentaciones. (1265).
- Beata TEODORA GUÉRIN, virgen. En Indianápolis, Estados Unidos. De la Congregación de la Divina Providencia. Nació en Francia. Residió y murió en Saint Mary of the Woods. Era de naturaleza compasiva y, aun en medio de las mayores dificultades, confió siempre en la divina providencia y se preocupó con solicitud de la naciente comunidad religiosa. (1856).
- Santa MARÍA DOMINICA MAZZARELLO, fundadora. Piamonte. Fundadora, junto con Don Bosco, del Instituto de Hijas de María Auxiliadora, dedicadas a la instrucción de niñas pobres. sobresalió por su humildad, prudencia y caridad. (1881).
Hoy recordamos especialmente a SAN MIGUEL GARIKOITZ
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, vivía en Ibarra, pueblecito de los Bajos Pirineos, la familia Garicoits. Dios bendecía la humilde casita de aquellos pobres campesinos, cuyas puertas estaban siempre abiertas para recibir a los sacerdotes perseguidos que, durante la Revolución Francesa y los años siguientes, iban en secreto a administrar los sacramentos a los fieles. Ahí nació, el 15 de abril de 1797, Miguel, hijo primogénito de Amoldo y Graciana Garicoits. La vida era dura en aquellas regiones montañosas, de suerte que Miguel tuvo que trabajar, desde niño, como pastor de uno de los hacendados del lugar. Miguel manifestó con frecuencia a sus padres su deseo de ser sacerdote, pero éstos replicaban siempre: «Somos demasiado pobres para eso». Sin embargo, la abuela de Miguel, que no estaba de acuerdo con esa actitud, decidió consultar a un sacerdote de Saint-Palais que se había escondido con frecuencia en la cabaña de los Garicoits. Gracias a la ayuda de ese sacerdote, Miguel pudo ingresar en el colegio de Saint-Palais, de donde pasó más tarde a Bayona. Trabajó en la cocina del obispo y prestó pequeños servicios al clero, con lo que Miguel ganaba lo suficiente para no pesar económicamente sobre su familia. Fue una época difícil para el joven campesino; pero era inteligente y robusto y la idea del sacerdocio bastaba ampliamente para sostenerle. Estudió la filosofía en Aire y la teología en el seminario de Dax, donde sus compañeros le llamaban «nuestro San Luis Gonzaga». Cuando era todavía seminarista, empezó a dar clases en una escuela preparatoria del lugar. En diciembre de 1823, recibió la ordenación sacerdotal en la catedral de Bayona de manos de Mons. d’Astros.
Ejercitó sus primeras armas apostólicas en la parroquia de Cambo, a donde fue enviado como vicario, por razón de la mala salud del párroco. En los dos años que vivió ahí, consiguió grandes éxitos en su lucha contra el jansenismo con la práctica de la comunión frecuente y la introducción de la devoción al Sagrado Corazón. Su fervor desconcertaba a los librepensadores. Uno de ellos exclamó en cierta ocasión: «¡Este pobre diablo sería capaz de dar la vida por salvar el alma de un enemigo!» Más tarde, el P. Garicoits fue nombrado profesor del seminario mayor de Bétharram, del que llegó a ser superior. En este puesto se distinguió por su extraordinaria habilidad y prudencia. Pero súbitamente, el obispo decidió fundir el seminario de Bétharram con el de Bayona y dejó al P. Garicoits y a otros dos sacerdotes la cura de almas de la ciudad.
Por aquella época, en que los recursos económicos no eran abundantes, el P. Miguel concibió el proyecto de formar misioneros para los diferentes pueblos. Junto con otros dos o tres compañeros empezó a vivir en comunidad y, para mejor conocer la voluntad de Dios, fue a hacer un retiro a Bayona bajo la dirección del padre jesuita Le Blanc. Dicho religioso, a quien abrió su corazón, le alentó a perservar en la obra emprendida: «Seréis el fundador de una congregación que será hermana de la Compañía de Jesús», le dijo. En efecto, en 1838 el P. Garicoits redactó unas constituciones que seguían de cerca a las de San Ignacio. Los nuevos misioneros, como los jesuitas, hacían votos perpetuos y estaban destinados a esparcirse por toda la tierra. Pronto se unieron al santo otros compañeros. Todo parecía ir viento en popa, cuando el obispo que había ordenado al P. Garicoits y era su protector, fue sustituido por otro que veía con malos ojos la fundación de una nueva congregación. Dicho obispo no se contentó con modificar profundamente las constituciones, sino que ordenó al santo que se limitase a trabajar en la diócesis, bajo su propia dirección. La comunidad no pudo elegir a su superior sino hasta 1852 y ni siquiera entonces gozó de plena libertad de acción. El P. Garicoits se sometió, pero no sin experimentar gran pena. En cierta ocasión dijo a uno de sus hijos: «¡Qué doloroso es dar a luz a una congregación!» A pesar de todo, soportó con paciencia y silenciosamente todas las pruebas. Dios le llamó a Sí el 14 de mayo de 1863, fiesta de la Ascensión.