- San MARTINIANO, eremita. En Atenas. (398).
- San CÁSTOR de AQUITANIA, presbítero y eremita. En Tréveris, Alemania. (s. IV).
- San BENIGNO, presbítero y mártir. En Umbría. (s. IV).
- San ESTEBAN, obispo. En Lyon. (515).
- San ESTEBAN abad. En Lacio, Italia. Varón de eximia paciencia, como atestiguó San Gregorio Magno. (s. VI).
- San GOSBERTO, obispo. En Sajonia. Obispo de los suabos, que, habiendo sido desterrado por los paganos, asumió el gobierno de la iglesia de Osnabrück. (874).
- San GUIMERA, obispo. En la Galia narbonense. (931).
- San FULCRÁN, obispo. En la Galia narbonense. Insigne por su misericordia hacia los pobres y por su celo en el culto divino. (1006).
- San GILBERTO, obispo. En la Galia. (1009).
- Beato JORDÁN de SAJONIA, presbítero. Akko, Palestina. Sucesor e imitador de Santo Domingo, que trabajó incansablemente por extender la Orden y pereció en un naufragio. (1237).
- Beata CRISTINA CAMOZZI, penitente. En Umbría. Al enviudar llevó una vida lujuriosa. Recuperada la fe escogió una vida de penitencia e ingresó en la Orden Secular de San Agustín donde se dedicó a la oración, a los enfermos y a los pobres. (1458).
- Beata EUSTOQUIA BELLINI, virgen. En Padua. Benedictina. (1469).
- San PABLO LIU HANZUO, presbítero y mártir. En Sichuan, China. Estrangulado por ser cristiano. (1818).
Hoy recordamos especialmente San PALBO LE-VAN-LOC
Pablo Loc, nacido en An-Nhom, estudió primero en el seminario de Cai-Nhum y después en el de Penang durante seis años. Volvió a su patria y ejerció el oficio o ministerio de catequista, con tanto celo y entrega que, en un solo año de permanencia, logró ganar para la fe a más de doscientas personas. Después consiguió plaza para enseñar en el colegio de Tu-Duc, e inmediatamente fue llevado a Thi-Nghe donde adquirió tanto prestigio como profesor y educador que el Obispo le ordenó de presbítero en 1857 y le confió la dirección del colegio.
Eran los momentos álgidos de la persecución. La llegada de la flota francesa a Tourane con la intención de proteger a los misioneros, azuzó las iras de los mandarines. Pensando que los cristianos indígenas harían causa común con sus correligionarios extranjeros invasores, decidieron exterminarlos a todos antes de que ellos llegaran. El colegio de Thi-Nghe se quedó vacío y los misioneros se refugiaron en otros lugares. Pero Pablo no tardó en retornar para poder tener noticias de sus jóvenes alumnos. Allí lo localizaron y lo prendieron. En los distintos interrogatorios supo responder con tanto aplomo y sabiduría que los mandarines, en un primer momento, pensaron en absolverlo y hasta llegaron a ofrecerle, si apostataba, el puesto de secretario primero en la prefectura. Pero todo intento fue inútil ante su firmeza en profesar la fe, por lo que le condenaron a muerte y le decapitaron fuera de la ciudad el día 13 de febrero de 1859.