- San BERNABÉ, apóstol. Chipre. Varón bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe, que formó parte de los primeros creyentes en Jerusalén, predicó el Evangelio en Antioquía e introdujo entre los hermanos a Saulo de Tarso, recién convertido. Con él realizó un primer viaje por Asia para anunciar la Palabra de Dios, participó en el Concilio de Jerusalén y terminó sus días en la isla de Chipre, su patria. (s. I).
- San MÁXIMO, obispo. En Nápoles. Por su fidelidad a Nicea fue desterrado por el emperador Constancio, donde murió consumido de tribulaciones. (s. IV).
- San REMBERTO, obispo. En Bremen. Fiel discípulo de San Óscar, que continuó su ministerio por tierras de Dinamarca y Suecia, y en tiempo de las incursiones de los normandos se preocupó de redimir a los cautivos. (888).
- Beato BARDÓN, obispo. En Maguncia. Siendo abad del monasterio de Heresfeld fue elevado al orden episcopal y trabajó con suma solicitud pastoral para bien de su iglesia. (1051).
- Santa ALICIA, virgen. En Brabante. Cisterciense. A los 22 años, habiendo enfermado de lepra, se vio obligada a vivir marginada, y hacia el final de su vida, perdida incluso su vista, ni un solo miembro de su cuerpo quedó sano, excepto su lengua para cantar las alabanzas del Señor. (1250).
- San PARIS, presbítero. En Treviso. Camaldulense. Director espiritual de religiosas durante 77 años, y falleció a la edad de 108. (1267).
- Beata YOLANDA, abadesa. Polonia. A la muerte de su esposo, el duque Boleslao, el Piadoso, abandonó todos los bienes temporales y, junto con su hija, profesó vida monástica en la Orden de las Clarisas. (1298).
- Beato ESTEBAN BANDELLI, presbítero. En Piamonte. Dominico. Egregio predicador y confesor. (1450).
- San JUAN de SAHAGÚN, presbítero. Salamanca. Ermitaño de San Agustín. Con su santidad de vida y sus coloquios constantes logró la concordia entre las facciones entre los ciudadanos. (1479).
- Santa ROSA FRANCISCA MARÍA de los DOLORES MOLAS y VALLVÉ, virgen. En Tortosa, España. Transformó una asociación de piadosas mujeres en la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, para asistir a las personas afligidas. (1876).
- Santa PAULA FRASSINETTI, virgen. Roma. En medio de grandes dificultades fundó la Congregación de Hermanas de Santa Dorotea para la formación cristiana de las jóvenes. Se distinguió por su fortaleza de ánimo, por su gran delicadeza en el obrar y por la energía con que dirigió el Instituto. (1882).
- Beata MARÍA SCHININÀ, virgen. En Sicilia. Escogió una vida sencilla y humilde, dedicada a curar enfermos, abandonados, pobres. Instituyó las Hermanas del Sagrado Corazón, para prestar ayuda a todo género de miseria. (1910).
- Beato IGNACIO MALOYAN, obispo y mártir. En Turquía. Obispo de Mardin, Armenia. Durante el genocidio de los cristianos perpetrado por los turcos. Habiendo rehusado abrazar ninguna otra religión, tras consagrar el pan para la refección espiritual de sus compañeros de cautiverio, fue fusilado junto con un ingente número de cristianos. (1915).
Hoy recordamos especialmente a SANTA ROSA FRANCISCA MARÍA de los DOLORES MOLAS y VALLVÉ
Maria Rosa Molas nació en Reus, el 24 de marzo de 1815, siendo bautizada al día siguiente con los nombres de Rosa Francisca María de los Dolores.
Hay en ella sentimientos de ternura y delicadeza, empatía delante el sufrimiento de los demás y creatividad para aliviarlos.
Desde su Primera Comunión vive una profunda experiencia de Dios, que la lleva a exclamar: «Quién llega a probar cuando dulce es Dios no puede dejar de caminar en su presencia».
Su experiencia espiritual marca su vida, y la hace entrar en un camino de humildad y abnegación, de olvido de sí misma y búsqueda incansable de la gloria de Dios y del bien de los hermanos. Es esta la actitud profunda de su vida, que expresa cuando repite: «Todo sea para gloria de Dios, bien de los hermanos, y nada para nosotras».
El 6 de enero de 1841 entra en una Corporación de Hermanas de la Caridad, que prestaban sus servicios en el Hospital y la Casa de Caridad de Reus. Allí da pruebas de caridad y humilde servicio a los más pobres.
Años después, con otras Hermanas es destinada a Tortosa, donde su campo de acción se amplía. Allí descubre que la corporación a la que ha entrado no está ligada a la Iglesia. Su inmenso amor a la ésta la lleva a dialogar con sus hermanas y a discernir el camino del Señor. El 14 de marzo de 1857, se pone bajo la obediencia de la autoridad eclesiástica de Tortosa. Se encuentra así, sin haberlo deseado, siendo Fundadora de una Congregación que, al año siguiente, el 14 de noviembre, recibe el nombre de Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación ya que el trabajo que realizaban estaba dedicado a consolar y atender a los más necesitados.
Fundada la Congregación, su misión consoladora se extiende por la Plana y el Campo de Tarragona. En el año 1876 María Rosa ha cumplido sesenta y un años. Ha trabajado mucho, ha sufrido en su cuerpo y en su espíritu a lo largo de su vida, consagrada totalmente al Señor y al consuelo y alivio del necesitado. Padece una grave enfermedad. Sigue amando la vida, a sus pobres, a sus enfermos, a sus abuelos, a sus alumnos, a sus hermanas… Está en el lecho de muerte. Y, desde el fondo de su alma, sale una frase como grito de oración: «¡Dejadme marchar!». Era el 11 de junio de 1876, domingo de la Santísima Trinidad cuando murió.