- Santo JOB. En el país de Hus, hoy Jordania. Varón admirable por su paciencia.
- San DIOSCÓRIDES, mártir. En Licia, Turquía. (s. inc.).
- Santos ALFIO, FILADELFIO y CIRINO, mártires. En Sicilia. (s. III).
- San GORDIANO, mártir. En Roma. (300).
- Santos CUARTO y QUINTO, mártires. En Roma. (s. IV).
- San COMGALL, abad. En Bangor, Irlanda. Fundó el célebre monasterio de Bangor, y fue un padre sabio y un guía prudentes de numerosos monjes. (622).
- Santa SOLANGIA, virgen y mártir. En Bourges, Aquitania. (s. IX).
- San GUILLERMO, presbítero. En París. De origen inglés. Ejerció su ministerio parroquial y resplandeció por su entrega a las almas y por su fervor religioso. (1195).
- Beata BEATRIZ del ESTE, virgen. En Venecia. Fundó el monasterio de Gémmola, situado en los montes Euganeos, y aunque su vida fue breve, recorrió hasta el final el arduo camino de la santidad monástica. (1226).
- Beato NICOLÁS ALBERGATI, obispo. En Siena. Ingresó de joven en la Cartuja y, una vez ordenado obispo, prestó servicio a la Iglesia con su celosa labor pastoral y con su participación en legaciones pontificias. (1443).
- Beato IBÁN MERZ, laico. En Zagreb, Croacia. Dedicado al estudio y a la enseñanza, dio a los jóvenes el ejemplo de un maestro fiel a Cristo y de un laico creyente entregado al bien de la sociedad. (1928).
- Beato ENRIQUE REBUSCHINI, presbítero. Cremona, Italia. Camilo. Sirvió con sencillez a los afectados por enfermedades. (1938).
Hoy recordamos especialmente a SAN JUAN de ÁVILA
Nacido en Almodóvar del Campo, Ciudad Real (España), el 6 de enero de 1499 ó 1500. El año 1513 fue a estudiar leyes a Salamanca. Regresó a casa después de cuatro años y, aconsejado por un franciscano, estudió filosofía y teología. Al poco tiempo murieron sus padres. Fue ordenado sacerdote el año 1526. A su primera misa asistieron doce pobres que comieron a su mesa. El padre Juan de Ávila repartió sus bienes a los pobres y se entregó a la oración y a la enseñanza del catecismo.
El año 1535, llamado por el obispo, marchó a Córdoba donde conoció a fray Luis de Granada. Allí organizó predicaciones por los pueblos obteniendo muchas conversiones de personas importantes. Dedicó también mucho tiempo al clero para quien fundó centros de estudios como los colegios de San Pelagio y de la Asunción. Al año siguiente, se desplazó a Granada a donde fue llamado para ayudar al arzobispo Gaspar de Ávalos en la fundación de la universidad. En esa ciudad tuvo lugar la conversión de san Juan de Dios, quien después de haber escuchado la predicación del padre Juan de Ávila decidió dedicar su vida a los pobres, enfermos y menesterosos.
El grupo sacerdotal de Juan de Ávila se formó en Granada hacia el año 1537. Los sacerdotes operarios, que se dedicaban a la predicación, vivían en comunidad, bajo la obediencia del maestro Ávila. Él les aconsejaba robustecer su vida interior: recibir frecuentemente la confesión y comunión, hacer dos horas de oración de mañana y tarde, y estudiar el Nuevo Testamento.
Juan acudió a Baeza (Jaén) en 1539, donde ayudó en la fundación de la Universidad, quizá su fundación más célebre. En todas las ciudades por donde pasaba, Juan de Ávila procuraba dejar la fundación de algún colegio o centro de estudios para sacerdotes: tres colegios mayores o universidades y once colegios.
Desde 1551 comenzó a sentirse enfermo. Las molestias de su enfermedad le obligaron a residir en Montilla hasta su muerte. Su retiro le dio la posibilidad de escribir con calma sus cartas y preparar mejor sus sermones y tratados. Las cartas de Juan de Ávila llegaban a todo rincón de España e incluso de Roma. De todas partes le pedían consejo obispos, personas de gobierno, sacerdotes y seminaristas, discípulos, conversos, personas humildes, enfermos, religiosos y religiosas. Estuvo relacionado con grandes santos del siglo de oro español: Juan de Dios, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Jesús. Esta última le dio a examinar el libro de su vida.
Una de las virtudes principales del padre Juan de Ávila fue su gran amor a la Eucaristía. Ya enfermo, quiso ir a celebrar misa a una ermita, pero por el camino se sintió imposibilitado. Entonces, el Señor se le apareció, en figura de peregrino, y le animó a llegar hasta la meta. En una de las últimas ocasiones en que celebró la misa le habló el crucifijo: “Perdonados te son tus pecados”.
Murió el 10 de mayo de 1569. Santa Teresa, al enterarse de la muerte de Juan de Ávila, se puso a llorar. Cuando le preguntaron por qué lloraba, respondió: “Lloro porque la Iglesia de Dios pierde a una gran columna”.