- Santos VENANCIO, obispo, y compañeros, ANASTASIO, MAURO, PAULINIANO, TELIO, ASTERIO, SEPTIMIOI, ANTIOQUIANO y GAYANO; mártires. En Roma, Dalmacia e Istria. (ss. III/IV).
- Santa MARÍA EGIPCÍACA, penitente. En Palestina. Pecadora conocida, por intercesión de la Virgen María se convirtió a Dios en la Ciudad Santa. Llevó una vida solitaria y penitente a orillas del Jordán. (s. V).
- San VALERIO, presbítero. En Amiens. Atrajo a muchos a la vida ermitaña. (s. VIII).
- San CELSO, obispo. En Ardpatrick, Irlanda. Promovió la instauración de la Iglesia. (1129).
- San HUGO, obispo. En Grenoble. Trabajó en la reforma de las costumbres del clero y del pueblo, y, amante de la soledad, durante su episcopado ofreció a San Bruno, maestro suyo en otro tiempo, y a sus compañeros, el lugar de la Cartuja, que presidió como primer abad, rigiendo durante cuarenta años esta Iglesia con esmerado ejemplo de caridad. (1132).
- Beato HUGO, abad. En el Delfinado, Francia. Cuya caridad y prudencia lograron la armonía entre el papa Alejandro III y el emperador Federico I. (1194).
- Beato JUAN BRETTON, mártir. En York, Inglaterra. Siendo padre de familia, mostró una gran constancia en la fe de Roma. Moriría estrangulado. (1598).
- Beato LUIS PAVONI, presbítero. Brescia. Se entregó con ánimo decidido a la formación de los jóvenes pobres y se interesó en su educación religiosa y artesana, para lo cual fundó la Congregación de hijos de María Inmaculada. (1848).
Hoy recordamos especialmente a SAN GILBERTO
Los ESCOCESES honraron desde antiguo a San Gilberto como a un gran patriota, porque defendió la libertad de la Iglesia escocesa contra las amenazas de Inglaterra, según cuenta la tradición. Nacido en Moray, San Gilberto recibió las órdenes sagradas y fue nombrado archidiácono de Moray. Según la tradición, siendo todavía muy joven, fue convocado con los obispos de la Iglesia de Escocia a un concilio que tuvo lugar en Northampton, en 1176. Como portavoz de los obispos escoceses, se opuso con fervor y elocuencia a la idea de convertir a los prelados del norte de la Gran Bretaña en sufragáneos del arzobispo de York. Sostuvo firmemente la tesis de que la Iglesia de Escocia había sido libre desde el principio y que sólo estaba sujeta a la autoridad del Papa; por tanto, habría sido injusto someterla a la autoridad de un metropolitano inglés, tanto más cuanto que los ingleses y los escoceses vivían perpetuamente en guerra. Según parece, ésta fue la idea que se impuso en el concilio.
Según el Breviario de Aberdeen, San Gilberto sirvió a varios monarcas. La leyenda cuenta que sus amigos quemaron los libros en que guardaba las cuentas, con la esperanza de desacreditarle; pero las oraciones del santo lograron que los libros aparecieran íntegros. Después del asesinato del obispo Adam, el rey Alejandro nombró a Gilberto obispo de Caithness. El santo gobernó su diócesis sabiamente durante veinte años, construyó varios albergues para los pobres, erigió la catedral de Dornoch y, con su predicación y ejemplo, contribuyó a la civilización de su pueblo. En su lecho de muerte dijo a los que le rodeaban: «Os recomiendo tres máximas que yo he tratado de observar toda mi vida: No hagáis daño a nadie y no tratéis de vengaros si os lo hacen. Soportad con paciencia los sufrimientos que Dios os envíe, teniendo presente que Él purifica así a sus hijos para el cielo. Por último, obedeced a la autoridad para no escandalizar a nadie.»