En las cercanías de Ann Arbor, icónica ciudad universitaria del estado de Michigan, se encuentra una de las últimas respuestas al establishment urbano. Juan Pablo II y Benedicto XVI lo calificaron de «estructuras de pecado» al hablar de los núcleos atomizados, donde el desarraigo impera, los segundos pasan en vez de vivirse y la fe, en el mejor de los casos, sobrevive a duras penas. Es una granja. Sus fundadores, un grupo de amigos -jóvenes y con muchos hijos-, decidieron fundar una comunidad donde tener fe, educar a los hijos y vivir en paz no fuesen temas aislados ni tabú. Así nació Cottonwood Farm.
Es solo uno más de los emplazamientos surgidos a la luz de la conocida «opción benedictina» que cada vez más prolifera en Estados Unidos, Francia o Italia. Clear Creek, la ciudad de Tom Monaghan, Ave María, la comunidad Veritatis Splendor, en Tyler, Texas, la iniciativa Relocatio, surgida una pequeña parroquia de Greenville, en Carolina del Sur, o Monasphére en Francia son algunos ejemplos de estas comunidades.
Polémica en su interpretación, uno de los máximos exponentes de la Opción Benedictina, Rod Dreher, la definió en España en 2019 como una «elección» para «ser más radicalmente contraculturales en nuestra fe», para «dejar de tratar de defender este `Imperio´ agonizante y poner la búsqueda de Dios en primer lugar».
En la práctica, sus representantes lo definen como una solución que permite «conservar y proteger la fe», a través de comunidades que deciden «alejarse un poco del ruido» de una ciudad que puede ser real o metafórica. En resumen, familias que emigran de las grandes ciudades y que buscan vivir y fortalecerse en la fe. También está la visión «simbólica», en la que los fieles deciden estrechar y reforzar sus lazos y relaciones en el día a día de sus hogares frente a las dificultades propias de la modernidad.
Atreviéndose a soñar con una comunidad
En el caso de los de Cottonwood Farm, la propuesta no es metafórica, sino que es tan real y palpable como la vida misma.
Para Mónica e Inshal Chenet, jóvenes padres de cuatro hijos y uno de los matrimonios fundadores de la comunidad, la idea surgió a raíz de una conversación en torno a las comunidades católicas.
«Un buen amigo católico mío sugirió que no tienes una comunidad real si no puedes pasar por la casa de un vecino y pedir prestada una barra de mantequilla, y eso me impactó», explica Chenet al denunciar las crecientes cuotas de aislamiento incluso entre vecinos de pared con pared.
Su decisión parte de ser conscientes de vivir en «una sociedad atomizada y desarraigada» donde en ocasiones «hay que recorrer largas distancias» para vivir la fe y el día a día de una familia sana. Habla por ejemplo de los planes de sus hijos, que en lugar del tradicional «parque de casa», ahora «se deben planificar estos eventos de antemano y dar por sentado el coche» para que estos planes sucedan. «`¿Qué sucedería si tuviese una propiedad con suficientes casas para que un grupo de personas, católicos con familias jóvenes, pudiesen vivir muy cerca entre ellos?´», se planteo un día.
Cottonwood Farm lo tiene todo para empezar una nueva vida en comunidad: desde espacio y naturaleza o la cohesión espiritual hasta el abastecimiento o los servicios y profesiones básicas cubiertos por sus integrantes, que también contribuyen con sus obligaciones ciudadanas al Estado.
Unidos en busca de la santidad
Aquella pregunta y necesidad tuvo como resultado este proyecto cuyos integrantes no son ambiciosos, pero que tampoco quieren quedarse mirando. Cottonwood Farm reúne ya a ocho hogares y familias, simplemente para vivir en paz como cristianos en una granja de 2 hectáreas que adquirieron en 2019.
Mónica Chenet explica que los residentes tienen distintas edades, orígenes, educación y carreras. Algunos son profesores de secundaria o tutoras, amas de casa, escritoras, artistas, empresarios y comerciantes: lo que les une y motivó para dar el paso es la «búsqueda de vivir el llamado universal a la santidad» y su esfuerzo por «influir positivamente en sus lugares de trabajo y comunidades».
Lo cierto es que el emplazamiento podría definirse como el sueño de muchos niños. Han dejado atrás las ciudades donde caminar dos pasos sin coger de la mano a sus padres puede suponer un accidente en la carretera, donde lo más natural que podía verse es a un perro de paseo y donde los parques infantiles están cada vez más vacíos.
Hoy, convivir con otros amigos en la naturaleza rodeados de ovejas, vacas, gallinas, conejos y plantaciones se ha convertido en su día a día. La autosuficiencia alimentaria está, además, en bandeja.
Podría pensarse que estas comunidades son una mera «reacción» a la modernidad, planteando lo opuesto a ella en todos los ámbitos. Jack Carter y su esposa, Alena, explican que desde su concepción de la «opción benedictina», no se trata tanto de una burbuja en la que aislarse, sino una forma de «estar en el mundo sin ser del mundo«.
«Tenemos trabajo y contribuimos a nuestra sociedad, pero sentimos que Cottonwood está destinado a ser una comunidad de fe que no comparte todo con el mundo, que coge lo que es bueno y rechaza lo que es malo, fomentando una auténtica comunidad católica para nosotros y nuestras familias», explican.
El objetivo, fortalecer la fe y los lazos comunitarios
Tanto los integrantes de esta comunidad como sus exponentes literarios -Rod Dreher o Natalia Sanmartín, entre otros- tratan de hacer frente a cierta «mala prensa» que tienen estas iniciativas, en ocasiones comparadas a «comunas», «comunidades religiosas» o «pseudosectas».
«Vivimos en casas cercanas unas de otras, intentamos recrear el día a día como lo habrían vivido en cualquier otro momento de la historia los habitantes de cualquier pueblo o aldea en cualquier parte del mundo occidental», explican los Carter.
Los integrantes de Cottonwood son conscientes de que ninguna comunidad humana está exenta de pecado o maldad. Para enfrentar esta realidad, la solución no es tanto irse del mundo entre católicos como católicos que se separan del mundo para fortalecer la fe.
A tal efecto se organizan por ejemplo reuniones cada dos semanas entre los integrantes, pero a las que también acuden amigos y conocidos de zonas cercanas. Allí comparten y conversan sobre los temas que más les afectan como cristianos en un entorno de amistad, canto y hermandad.
Una de las últimas novedades de Cottonwood Farm se trata de la erección de una nueva capilla dedicada a San José. La fe, dicen sus integrantes, debe ser el sentido y argamasa de su comunidad, y a ello esperan que contribuya la nueva edificación.
«Hablamos desde política y teología hasta de historia o la crianza y educación de los hijos. La mayoría de las veces hay una fogata y cerveza y conmemoramos especialmente fiestas como San José o efemérides históricas como los cumpleaños de Tolkien o Chesterton«, comenta Danielle Negri.
Recuperar «lo robado»
Los integrantes de Cottonwood Farm coinciden en que cada uno «es de su padre y de su madre», pero si hay algo que les une, es la fe y recuperar un estilo de vida que les ha sido «robado«.
«Todo lo que estamos tratando de hacer aquí es vivir bien y restaurar muchos aspectos que la vida moderna nos ha robado. Por ejemplo, las vacas de las que obtenemos leche o los cerdos y pollos para huevos y carne, hacemos esto porque queremos volver a aprender y vivir con métodos agrarios naturales y autosuficientes para ayudar a las personas a vivir bien«, concluye Inshal.
En estos días, los miembros de Cottonwood Farm están de celebración. Aacaban de anunciar la próxima construcción de una capilla dedicada a San José, para lo que la diócesis y el párroco local de Ann Arbor, Tom Wasilewski, han dado su aprobación.
«Vivimos en una comunidad cercana porque naturalmente se desarrollan más relaciones y más fuertes. Y de ahí el deseo de tener una capilla en el corazón de nuestra comunidad, sabiendo que tener una buena relación con Dios está en la raíz de la comunidad, de las buenas relaciones con los demás y de vivir bien», concluye Inshal.