San José es “justo” pero su justicia no típicamente judía, pues no podría aceptar entonces una paternidad de otro hombre, y mucho menos si se trata del mismo Dios, acogiendo un hijo que no le corresponde, aun aceptando que María es inocente. San José conoce la Ley.
Ante esta situación, de todos conocida, sólo puede dejar a María en evidencia, o repudiarla en secreto. Como es “justo”, decidirá esta última. Pero esta interpretación no convence.
El hombre “justo” es misericordioso, como Dios es misericordioso.
San Mateo, que es el que nos refiere a San José, es testigo de la nueva justicia de un Padre que envía a su Hijo para “salvar a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Jesús ha venido a “justificarnos”, a hacernos inocentes ante Dios.
San José tendrá como misión educar a Jesús para esta misión y acompañarlo al lugar del sacrificio, como había hecho en el pasado Abraham con Isaac, su hijo. La justicia de San José, por tanto, es otra a la de una mentalidad quisquillosa. Su justicia ya consistirá en la Justicia de Dios que envía su hijo al mundo para hacernos justos a sus ojos.
¿Qué hará realmente con María en aras a esta otra justicia, o “nueva justicia”? Más que repudiarla en secreto, que es una forma de sentenciar, y que no encaja en el carácter de un hombre que se quiere somete siempre a la voluntad de Dios, San José “alejarse en secreto de ella”, actitud que corresponde más con su nobleza de alma. Entre repudiar, y marcar distancias, media un abismo.
San José, al contrario de lo que ocurrirá tres décadas después, con Pilato y los sueños de su mujer a cerca del “justo”, obedecerá la voz del ángel. Esto es lo que hace “justo” a un hombre, obedecer, estar prontos a la voz de Dios. Disponibilidad absoluta para con el Misterio de la Encarnación.
Así, San José, desde su justicia, desde su santidad, ha sido la persona que hizo posible la Salvación. Él no es el Salvador, pero sí el que le dio curso. Fue Dios quien en su Providencia lo llevó a Nazaret, como al hijo de Jacob a Egipto. El estudio de los libros sagrados de los judíos le llevó al conocimiento de los oráculos mesiánicos; el encuentro con una mujer “virgen” suscitará en él el deseo de ser “eunuco por el Reino”, y para que así IRRUMPIERA el Redentor. Ésta grandeza de espíritu es la que lo hace “justo”.
La Redención se llevará, en el fondo, a la manera de San José. Jesús aprenderá de él, se fijará en él. Sólo unos mansos corderos: José y María pudieron forjar el alma del Cordero Pascual que habría de quitar el pecado de la humanidad. San José es icono del Padre Eterno para Jesús.
Finalmente, uno de los dones del “justo” en la Sagrada Escritura, es poseer un “conocimiento sobrenatural”, pues sabe “lo que hace su Señor” (Jn 15, 15). Entonces, ¿sabría San José lo que estaría ocurriendo en las entrañas de María? Si ambos se amaban entrañablemente, si hablaban del cumplimiento de los designios mesiánicos con verdadera esperanza, podríamos asegurar que María, la Virgen, comunicaría a San José el cumplimiento de las esperanzas por el que tanto habían rezado. Ésta es la clave de su “justicia”, la fidelidad plena al conocimiento profundo de este Misterio, que ya se había logrado en el seno bendito de la Virgen de Nazaret.