Consideración sacerdotal:
“La importancia de la transformación ocurrida en el ordenado gracias al nuevo carácter se verá con claridad reflexionando qué clase de ‘servicio’ es el que se le encomienda. Sus características están determinadas por el hecho de ser participación del servicio que Cristo cumplió en su vida. Cristo dijo que sí que su vida está consagrada al servicio, y amonestó a sus discípulos a que siguieran su ejemplo justamente en la hora en que les transmitió los poderes sacerdotales más importantes.
(…)
Cristo simboliza su voluntad de servicio en aquella misma hora, lavando los pies a sus discípulos. El servicio que El prestó consistió en entregar su vida para rescate de muchos. En el Reino de Dios hay grandes y rango; consisten en el servicio desinteresado a los demás y toda ‘ambición’ debe dirigirse a ese servicio. Sólo hay un privilegio en el Reino de Dios: el mayor es el servidor de todos. Cristo sirvió al honor del Padre y a la salvación de los hombres entregando su vida; por este servicio instauró el Reino de Dios, es decir, el dominio del amor de Dios, es decir, el dominio del amor de Dios que es un amor que se regala a sí mismo; por él concedió al hombre obligatoriamente la participación de su propia gloria. Su servicio se convierte así en imperio, en cuanto que conforma según su imagen a quienes le sirven.
El sacerdote participa en el servicio de Cristo, ya que como instrumento de Cristo es capaz y tiene obligación de implantar en los hombres el testimonio de la gloria del Resucitado. Los poderes que se le conceden son facultades para su servicio especialmente importantes; su dignidad consiste en haber sido llamado al servicio de la vida gloriosa de Cristo. No tiene más poder ni dignidad. El sacerdote está obligado a ponerse al servicio de la salvación con toda su persona y con todo su ser”.
(Michael Schmaus).