Todo bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la Gracia de Dios lo consigue:
- Mediante la virtud y el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón recto e indiviso.
- Mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el fin verdadero del hombre.
- Mediante la pureza de la mirada exterior e interior; mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del camino de los mandamientos divinos.
- Mediante la oración.
La PUREZA exige el PUDOR. El pudor es parte integrante de la templanza. El pudor preserva la intimidad de la persona. Designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado. Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y con la relación que existe entre ellas.
El pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección de la vestimenta. Mantiene silencio y o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana. Se convierte en discreción.
Hay un pudor de los sentimientos, y un pudor del cuerpo. Este pudor rechazar los exhibicionismos del cuerpo.
El pudor nos habla de una dignidad espiritual propia del hombre que no quiere ser devastada.
Educar en el pudor a niños y adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.
La PUREZA CRISTIANA exige una PURIFICACIÓN DEL CLIMA SOCIAL.
La llamada PERMISIVIDAD DE LAS COSTUMBRES se basa en una concepción errónea de la libertad humana; para llegar a su madurez, ésta necesita dejarse educar previamente por la ley moral. Conviene pedir a los responsables de la educación que impartan a la juventud una enseñanza respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón y de la dignidad moral y espiritual del hombre.