He aquí cómo se realizaba la crucifixión.
El condenado, azotado en las horas precedentes, hacía a pie el recorrido desde el tribunal hasta el lugar del suplicio llevando a hombros el madero horizontal de la cruz; esto, para un organismo fuertemente debilitado por la flagelación, representaba una prueba considerable. Llegado ante el tronco de la cruz, el reo era tendido sobre el patíbulo (madero horizontal) con los brazos abiertos de forma variable.
Cada palma de las manos era fijada al madero mediante un clavo de carpintero, de unos 15 centímetros de largo, introducido al nivel del carpo (muñeca). Luego, el patíbulo o madero horizontal era colocado sobre el extremo superior del tronco de la cruz.
A continuación, el verdugo, tras doblar las rodillas del reo –que con ello quedaban más o menos encogidas- y colocar el pie derecho sobre el izquierdo, fijaba estos al tronco de la cruz mediante un clavo, que atravesaba los metatarsos.
La agonía podía durar varias horas, e incluso un día, según que el modo usado para fijar el reo a la cruz le permitiese o impidiese ejecutar ciertos movimientos.
La muerte podía ser anticipada mediante la rotura de las piernas.
Finalmente, cuando la autoridad accedía a la petición de familiares o amigos para dar sepultura al ajusticiado, el cuerpo solo podía ser entregado tras el “golpe de gracia”, que daba seguridad completa sobre la muerte del condenado y, en caso necesario, la provocaba.
Este golpe, dado con una lanza o jabalina en el costado derecho, era conocido como mortal.