Bajo el título: “Prevención del suicidio y familia”, más de un centenar de personas pudimos, el 27 de Enero en el Liceo Casino de Pontevedra, formarnos y reflexionar sobre el suicidio, realidad socialmente tabú, vergonzante, estigmatizada y que tanto sufrimiento comporta.
Lo hicimos de la mano de un gran experto, D. Alejandro Rocamora Bonilla, psiquiatra, profesor del Centro de Humanización de la Salud, miembro fundador del Teléfono de la Esperanza y de la Sociedad Española de Suicidología, quien con una clara, sencilla y brillante exposición nos ayudó a aclarar ciertos mitos sobre el suicidio (existencia de enfermedad mental, que es contagioso, hereditario, el que lo anuncia no lo hace…) y, sobre todo, puso sobre la mesa la gran necesidad social que de manera urgente, dado el incremento de suicidios, sobre todo en adolescentes y jóvenes, hemos de afrontar entre todos (familia, escuela, sanidad pública, agentes de pastoral…) para prevenir las ideas suicidas y poder acompañar adecuadamente a los supervivientes de personas fallecidas por suicidio.
Aunque no sabemos por qué se produce la conducta suicida, realidad muy compleja en la que es no es fácil, si es que la tiene, encontrar una causa real, insistió en que el suicidio sí se puede prevenir. Destacó el papel del “nosotros” familiar, como agente en la prevención de las ideas suicidas ya que, si al consolidarse vínculos fuertes y significativos es más difícil que las personas carezcan de soporte afectivo y de herramientas para gestionar de manera saludable pensamientos, emociones, la vida.
Es importante que familias, profesores, sanitarios, agentes de pastoral, reconozcan el sufrimiento del otro, lo validen, no condenen ni juzguen a la persona con sentimientos suicidas. Hizo hincapié en no preguntar al que comunica una idea suicida el por qué, sino el para qué, qué es lo que la persona quiere conseguir poniendo fin a su vida, y desde ahí, tratar de acompañarle en la búsqueda de otros caminos que lleven al objetivo que no sea el suicidio, y siempre hay alternativa.
La red está echada. De nuestra entrega a los demás, de nuestra responsabilidad social y familiar depende, más de lo que llegamos a imaginar, la vida y la felicidad de los demás.