Empezamos trayendo a colación la expresión “Cordero de Dios”. expresión que interpreta la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las profundidades de la muerte.
Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se “rasgó” (Mc), se “abrió (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre El “como una paloma” y que se oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: “Tú eres…”, y según Mateo, dijo de El: “Éste es mi hijo, el amado, mi predilecto”.
La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (Gn 1, 2); mediante la partícula “como” (como una paloma) ésta funciona como “imagen de lo que en sustancia no se puede describir”.
Por lo que se refiere a la “voz”, la volveremos a encontrar con ocasión de la transfiguración de Jesús, cuando se añada sin embargo el imperativo: “Escuchadle”.
Aquí deseo sólo subrayar tres aspectos.
- La imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre, la “toda justicia” que cumple, abre el cielo, que por su propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de Dios.
- La proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: El “es” el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios.
- Junto al Hijo, nos encontramos al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino. se perfila un “arco” que enlaza este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado enviará a sus discípulos a recorrer el “mundo”: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28, 19).
El bautismo que desde entonces administran los discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la realidad que El ha anticipado con su bautismo.
Así se llega a ser cristiano.