Esta fiesta fue instituida por el Papa Inocencio XI para celebrar la liberación de Viena — sitiada por los turcos, en 1683 — efectuada por Juan Sobieski, rey de Polonia. En la mañana de la batalla, el rey polaco se colocó, así como todo su ejército, bajo la protección de María Santísima. Asistió a la Santa Misa, durante la cual permaneció rezando con los brazos en cruz. Al salir de la iglesia, Sobieski ordenó el ataque. Los turcos huyeron llenos de terror y abandonaron todo, inclusive el gran estandarte de Mahoma, que el victorioso rey católico envió después al Soberano Pontífice como homenaje a María.
Decisión de Inocencio XI, en 1683, en reconocimiento a la protección de la Virgen sobre las tropas cristianas que habían liberado Viena del sitio turco, en una de las batallas más trascendentales de la historia de la humanidad.
Los otomanos avanzaban sobre Europa, la coalición católica estaba desunida. El rey francés quería sacar tajada del asunto y apoyaba al turco. Juan (Jan III) Sobieski, rey de Polonia, decidió liderar la coalición, abandonando su patria marchó al mando del ejército. Al llegar a Viena los turcos doblaban a los cristianos. El enviado papal, Marco D’Aviano, consiguió unir a todo el ejército bajo el mando del rey polaco.
El 12 de septiembre de 1683, a primerísima hora, D’Aviano celebró misa a la que asistió Jan Sobieski, en las ruinas del convento camaldunense. Al terminar comenzó el ataque contra los turcos, la brutal carga de la caballería polaca con su rey al frente terminó la batalla. En 30 minutos, Sobieski había desecho al ejército turco que batía en retirada. Mandó enviar al papa las nuevas de victoria que comenzaban cambiando las palabras de Julio César por «veni, vidi, Deus vici».
Polonia había salvado al mundo.