DE LOS JESUITAS

by AdminObra

En la primera “Fórmula del Instituto”, se decía que el fin de la Compañía (15 de agosto de 1534) era ponerse a disposición del Papa por medio de un voto especial para ir a trabajar entre los infieles o entre los herejes y cismáticos y entre los mismos fieles.

Ya desde 1541, apenas establecida oficialmente (27 de septiembre de 1540), al embarcar San Francisco Javier para las Indias Orientales, se inicia una de las grandes tareas de la nueva Orden: sus misiones de ultramar.

Esparcidos sus miembros en los principales puntos de Europa, trabajar a las órdenes del Papa.

Para realizar trabajo tan eficaz ayudaron a la nueva Orden una serie de características que con audaz visión le dio su fundador.

La “forma de vida” fue la ya propia de los “clérigos regulares”, con lo cual ya se habían iniciado algunas de las prácticas que los contradistinguían de las órdenes antiguas.

Ahora bien, la Compañía de Jesús coincidía con los nuevos institutos de clérigos regulares en la intensificación del trabajo apostólico por las almas, pero se diferenciaba de ellas en la manera de realizarlo.

En la fórmula, que constituía el “cuarto voto” de obedecer al Papa en todo, en cualquier trabajo al que éste quisiera mandarlos, se les vio como las tropas ligeras del Romano Pontífice.

Por esto, y no obstante la semejanza de la Compañía con las nuevas órdenes de clérigos regulares, presenta un tipo de Orden religiosa completamente nueva, que rompía moldes de lo que hasta ahora se conocía y practicaba en la Iglesia.

Estas innovaciones estaban determinadas por un fin, que era una intensa y universal obra de apostolado, esto es, la vida activa en el sentido más amplio.

San Ignacio quería gente muy probada. Por ello, introdujo una duración extraordinaria de la formación, imponiendo un noviciado de dos años, cosa entonces inaudita, y retrasando notablemente la profesión, que no se hace hasta diez, quince, o más años después de la entrada en la Orden.

Más novedad todavía supone la innovación en la diferencia de grados.

Por esto, sólo a un número relativamente reducido concede el derecho de la “profesión de cuatro votos”. Los demás se dividen en “coadjutores espirituales” y “coadjutores temporales”.

De importancia nueva y absoluta fue la concepción de San Ignacio respecto de la “autoridad de los superiores”. Ante todo, centraliza todo el gobierno monárquico de la Orden y aumenta de un modo extraordinario el “poder del general”, aunque sometido al de la congregación general. Elegido por ésta y de por vida, el general es quien nombra directamente a los provinciales, a los rectores, y a buena parte de los superiores, con lo cual puede realizar una obra de gobierno sólida y eficaz.

Muy relacionado con esto último, está la “obediencia”, que, como es bien conocido, constituye uno de los distintivos de los jesuitas, y esto no sólo por el cuarto voto de obediencia al Papa, sino principalmente por la perfección con que se quiere que se practique en la Orden esta virtud.

Otras innovaciones fluyen de las ya indicadas o de su fin específico. Tales son: el no tener hábito propio, ya que sus hijos debían asemejarse a los clérigos, con el objeto de poder trabar mejor con el pueblo cristiano; el abandono de la práctica tradicional del coro, ya que esto quitaba a sus operarios el tiempo y la libertad necesaria para sus trabajos apostólicos.

De especial significación fue el interés de San Ignacio en excluir de sus hijos las dignidades eclesiásticas, para lo cual obliga a sus profesos de cuatro votos a que hagan uno especial de no admitir tales dignidades si no interviene una orden expresa del Papa.