“La lejanía de Dios significa una terrible soledad. De esa soledad no le puede librar la compañía de los demás condenados. Es cierto que los condenados están unidos por su común rebelión contra Dios, pero esa rebelión se convierte en odio de unos contra otros. La imperfección del condenado implica que el amor de Dios nada tenga que ver con él; por eso es incapaz de amar; no puede pronunciar ya palabras de amor; es mudo frente a Dios yes mudo también frente a los compañeros de condenación. Hasta se puede preguntar si los condenados tendrán noticia unos de otros. Tal vez hay que decir que ningún condenado sabe si tiene compañeros. Caso de que esta tesis fuera cierta, la soledad del infierno estaría totalmente cerrada. Pero, aunque el condenado sepa que tiene compañeros de condenación no los conoce. Todos son para él desconocidos. LOS CONDENADOS NO PUEDEN REALIZAR LA FORMA DE VIDA ESENCIAL AL HOMBRE: EL DIÁLOGO. Por eso nadie recibe de nadie consuelo o ánimos.
Como los condenados, en caso de que supieran algo unos de otros, se odian mutuamente, no comparten su dolor para poderlo soportar en recíproca participación. Cuando se odian mutuamente, se aumentan unos a otros su tormento. Del mismo modo que al hombre bienaventurado le fluye una bienaventuranza accidental de su comunidad con los demás bienaventurados, a los condenados se les aumenta su rebelión y odio y, por tanto, su desventuranza por estar en compañía con los demás condenados.
El infierno sólo conoce la soledad de la desesperación”.