Hoy acudimos a uno de los teólogos europeos más grandes, Michael Schmaus, sacerdote alemán y doctorado en Teología Dogmática. Perito en el Concilio Vaticano II. Tuvo entre sus alumnos al futuro pontífice Joseph Ratzinger al que habilitó para enseñar la Teología después de una serie de correcciones que, curiosamente, hubo de hacer a éste último.
El texto que ofrecemos está entresacado de uno de los ocho volúmenes que conforman su Teología Dogmática, editada muy poco tiempo antes del inicio del CVII y que presentaba ya un nuevo estilo en los manuales de estudio. Con todo, esta Dogmática suya está llena de rigor científico al estar fuertemente fundamentada en las Sagradas Escrituras y en el conocimiento de los Santos Padres, y en la fidelidad sin fisuras al Magisterio. Rigurosa y científica, pero escrita de tal modo que puede ser un texto para hacer oración personal. Con esta obra, que tanto bien hizo a los párrocos que la adquirieron en los tiempos revueltos del postconcilio, mostró la unidad del Dogma católico.
“Al final del mundo Cristo aparece no en figura de siervo, sino en la gloria de la Resurrección y Ascensión. La vuelta de Cristo significa, por tanto, la revelación total del amor divino aparecido en Cristo. Así se entiende el anhelo del primitivo Cristianismo por la segunda venida o, mejor, por la pública venida del Señor. Pero esta definitiva manifestación de Cristo es a la vez juicio. Cristo viene como Juez. El mundo será juzgado por El al fin de los tiempos. En este JUICIO FINAL los juicios particulares no serán revisados, ni anulados, ni declarados definitivos; desde el primer momento son definitivos. En el juicio final serán confirmados.
(…).
La medida del juicio, su canon y ley, es el amor, pero no cualquier amor, sino el amor de Dios revelado en Cristo; un hombre se libra de la condenación en la medida en que se ha dejado configurar por ese amor. Cristo es la norma según la que el Juez dará la última sentencia. La relación con la persona viva de Cristo, con el Señor histórico y glorificado, decidirá el último destino.
(…).
Respecto al objeto del juicio podemos decir en general: todas las acciones y pensamientos de la criatura desde el principio hasta el fin. Pero surge una dificultad: cada criatura en particular será juzgada por Dios según sus acciones y pensamientos, y será iluminada respecto al sentido de su vida particular y de la del universo. Parece, entonces, que el JUICIO FINAL no tiene objeto propio.
Para resolver esta dificultad se puede decir lo siguiente: mientras que en el JUICIO PARTICULAR el acento recae sobre la responsabilidad individual y en la balanza del juicio pesa su buena o mala voluntad, en el JUICIO FINAL pasa a primer plano el valor objetivo que hayan tenido las decisiones, pensamientos y tendencias del hombre individual. En el JUICIO UNIVERSAL también serán hechas públicas las luchas y peleas, las caídas y victorias, las obediencias y la rebelión de cada uno. Y así, todos podrán saber que la forma de existencia que Cristo manda es la verdadera y auténtica”.