Hoy consideraremos el nombre con respecto al domingo de “El día octavo”, después de haber visto en la última entrega “El día primero”.
EL DÍA OCTAVO: esta denominación puede expresar tanto el sentido del “primer día”, después del séptimo, como el sentido escatológico (Segunda Creación) del domingo como día de la esperanza, anticipación de la Venida del Señor, inicio ya en esta vida de la Gloria Bienaventurada.
La “Carta de Bernabé” (pequeño tratado teológico en forma epistolar del siglo I) dice: “Justamente nosotros celebramos también el día octavo con regocijo, por ser el día en que Jesús resucitó de entre los muertos”.
Así lo llaman San Justino (s. II), Tertuliano (s. III), San Cipriano (s. III), San Basilio Magno (s. IV).
Es suficiente recordar las palabras de San Agustín (s. V): “Este séptimo día será nuestro sábado, cuyo fin no será una tarde sino un domingo, como un octavo día que está consagrado por la Resurrección de Cristo; que prefigura no sólo el descanso del espíritu, sino también del cuerpo. Allí nosotros seremos libres y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al final sin final” (“La Ciudad de Dios”).
El domingo es imagen de Cristo que entra en el reposo de la Gloria. Estamos ante el día que no tiene ocaso y significa la plenitud del tiempo. Así, el atardecer del domingo –como el atardecer aquel en Emaús- tiene siempre un profundo sentido escatológico en la espera de un domingo en el cual la Pascua se convierta en Parusía (Segunda Venida de Cristo). Para los cristianos no es indiferente esta tensión de esperanza y este sentido escatológico que la celebración de la Santa Misa tiene para ALENTAR nuestro sentido de pueblo que camina.