Vamos a exponer durante algunos días algunos aspectos sobre la espiritualidad del domingo, después de ver, estos días pasado, aspectos más centrados en su teología y en su liturgia. Pensemos que el Día del Señor, día de precepto, día grande, día que la Iglesia estableció ya en el siglo V, que se santificase y se abstuviese la gente del trabajo, no para vivirlo bajo el prisma del moralismo, ofrece una espiritualidad muy concreta, y, habría que decir, insustituible y completa por celebrarse lo que se celebra, que intentaremos concretar en los próximos días.
UN DÍA DEL SEÑOR, UN DÍA PARA EL SEÑOR
Los dos aspectos característicos del domingo, centrado en la Eucaristía y en el descanso, son expresiones de una total consagración del día festivo PARA EL SEÑOR, a fin de que sea DEL SEÑOR.
Pero sería necesario invertir aquí la perspectiva, para que no parezca que somos nosotros los que hacemos algo para el Señor, sino que la Eucaristía, la Santa Misa, y reposo nos permiten ACOGER la gracia de la NOVEDAD del domingo, del encuentro, de la esperanza escatológica en nuestra resurrección final, de RECIBIR ALGO, más que dar nosotros.
Es el SEÑOR quien nos da su día. Por eso es pecado grave el despreciárselo.
Los dos aspectos característicos, pues, se reducen a uno: el aspecto de ALABANZA, ORANTE y CONTEMPLATIVO del domingo, que, sin perder su sentido gozoso típico, toma la alegría en su propia fuente, en Cristo resucitado, fuente viva del Espíritu.
En la Misa encontramos el centro de una ESPIRITUALIDAD DOMINICAL “del” Señor y “para” el Señor.