Comenzamos el Adviento. Ya de manera inminente. Un nuevo año litúrgico. Nuevo encuentro con el Misterio del Señor Jesús. Tiempo de sobriedad. De esperanza. De deseo. De ternura. De silencio. De la Virgen Madre. Del casto Padre. Del Verbo Eterno. De los profetas. De la escatología. Del retorno. Del Juicio. Tiempo de morado. Sin Gloria. Tiempo de preparación. Tiempo de fina y exquisita espiritualidad. Tiempo de Isaías, Miqueas, Sofonías, Isabel, Zacarías Juan, Gabriel, José, María. Tiempo de expectativa e ilusión. De alegría. Tiempo para conocer y apreciar. Tiempo único. Que no volverá hasta el próximo año. Tiempo que iremos comentando en estos días para esto, para conocerlo y ver cuánto encierra, pero sobre todo cuánto ofrece. Tiempo de morado, y de verde, morado de arrepentimiento y verde de esperanza escatológica y final. Tiempo de coronas. Tiempo que nos dice que el tiempo pasa, se acaba. Para entrar en la eternidad.
Introducción. – Cada año empieza con el Adviento un nuevo ciclo litúrgico del Misterio de Cristo, con un tiempo que celebra su ESPERA y su MANIFESTACIÓN, recordando su venida en medio de nosotros.
El tiempo de Adviento tiene una doble índole: es el tiempo de preparación para las solemnidades de Navidad, en la que se conmemora la primera venida del Hijo de Dios a los hombres y es, a la vez, el tiempo en el que, por este recuerdo, se dirigen las mentes hacia la expectación de la Segunda Venida de Cristo al fin de los tiempos. Por estas razones el Adviento se nos manifiesta como tiempo de una expectación piadosa y alegre.
Es un tiempo que empieza con las primeras vísperas del Domingo que cae el 30 de noviembre o es el más próximo a este día, y acaba antes de las primeras vísperas de Navidad.
En este tiempo, cabe distinguir con claridad un primer período que se extiende desde el principio de Adviento hasta el 16 de diciembre inclusive y un segundo período que va del 17 hasta el 24 de diciembre.