No podemos pensar que San José dudase de la virginidad de María. San Mateo deja claro “Desposada María con José, antes que ellos convivieran llegó a estar encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 19).
¿Pensamos que María nunca le contaría a San José el Anuncio del Ángel? No sé. Queremos pensar que la Santísima Virgen le contó todo a San José. Su diálogo con tan eminente mensajero enviado por el trono de Dios. Y ambos, posteriormente, guardarían la confidencia. No el secreto, o el secretismo. La confidencia. El Misterio.
Pensamos que San José, en su condición de hombre justo, no se sintió digno de acoger un misterio tan grande. Quizá, San José, entienda que lo mejor es que su esposa vaya a casa de Santa Isabel. Él no elude la responsabilidad. Él estaría en la misma disposición de la Santísima Virgen cuando acepta convencidísima el encargo divino. Le pasa lo que a la gente buena. No quiere entrometerse en algo que realmente supera a uno, a cualquier espíritu humano.
San José la acompañaría incluso por parte de esos caminos. Así se puede contemplar en una pintura en el techo de San Giovanni Rotondo, donde vivió y murió el Padre Pío, en la que se observa como el Castísimo esposo acompaña a la Virgen hasta la puerta de Zacarías e Isabel.
San José volvería a sus quehaceres, con tristeza. Y a los tres meses… un mensaje en sueños de un ángel. A San José que había determinado dejarla en secreto. Igual que a los tres meses, el Arca de la Alianza salió de la casa de Obededom y entró en la Casa de David, así el Arca de la Nueva Alianza entró en la Casa del descendiente de David, San José después de la prueba de la separación. Quizá, no deje de ser una de esas maneras que tiene el Señor de acabar de perfeccionar los corazones de sus elegidos para las misiones que les tiene reservado y, especialmente, para que confíen en sus propias posibilidades.
El ángel le había dicho que no tuviera miedo. Que él tenía una misión. Una vocación. Poner el nombre el Niño. Y acompañar a la Virgen. Qué importante es obedecer la voz de Dios.
Aprendamos de San José a estar dispuestos a perder lo que haga falta con tal de estar disponibles para obedecer y seguir la voz de Dios.