Qué impresión la de San José al ver aquellos pastores adorando al Niño Dios y marchando a sus rebaños dando Gloria a Dios. Ver cómo el Niño va transformando los corazones de todos los que se acercan a El. La rudeza de vida no fue óbice para entusiasmarse, esto es, para llenarse de Dios.
San José también se alegraría si, como Padre nuestro que es, nos ve entusiasmados de amor a Dios. Es fácil que en nosotros haya una primera conversión. Pero ésta rara vez va acompañada de la profunda conversión, es decir, del olvido total de uno mismo. Lo que le pasó a San José, perfecto olvido de sí para seguir la voz de Dios en esos momentos en los que se manifestó su voluntad. Dios desde su Gloria iba cuidando de su Hijo, Verbo eterno. Pero desde su Gloria eterna era Padre a través de San José. Para ello San José tenía que ser muy hijo del Eterno y estar pronto a seguir la Voz de Dios para cuidar de la Segunda Persona Divina.
Los pastores tuvieron una primera conversión. Como nosotros. Pero nos falta completarla. Así habrá un olvido de nosotros para que seamos de Dios plenamente, como Dios tomó posesión plenamente de San José.