Hay muchas devociones a la Virgen Santísima y verdaderas: que no habló aquí de las falsas.
Consiste la primera en cumplir con los deberes de cristiano, evitando el pecado mortal, obrando más por amor que por temor, rogando de tiempo en tiempo a la Santísima Virgen y honrándola como Madre de Dios, sin ninguna otra especial devoción para con ella.
La segunda tiene para la Virgen más altos sentimientos de estima, amor, veneración y confianza; induce a entrar en las cofradías del Santo Rosario y del escapulario, a rezar la corona o el santo Rosario, a honrar las imágenes y altares de María, a publicar sus alabanzas, a alistarse en sus congregaciones. Y esta devoción buena es, santa y laudable; pero no tan a propósito como la que sigue para apartar a las almas de las criaturas y desprenderlas de sí mismas a fin de unirlas a Jesucristo.
La tercera manera de devoción a la Santísima Virgen, de muy pocas personas conocida y practicada; es almas predestinadas, a la que os voy a descubrir: consiste en darse todo entero, como esclavo, a María y a Jesús por Ella; y además en hacer todas las cosas con María, en María, por María y para María.