Una vez que se ha encontrado a María, y por María a Jesús y por Jesús, a Dios Padre, se ha encontrado “todo bien”, como dicen las almas santas.
Quien dice todo, nada exceptúa, toda gracia y amistad cerca de Dios, toda seguridad contra los enemigos de Dios, toda verdad contra la mentira, toda facilidad para vencer las dificultades en el camino de la salvación, toda dulzura y gozo en las amarguras de la vida.
Y no es que esté exento de sufrimientos y cruces el que ha encontrado a María, mediante la verdadera devoción: LEJOS DE ESO, MÁS QUE A NINGÚN OTRO LE ASALTAN, PORQUE MARÍA, QUE ES LA MADRE DE LOS VIVIENTES, DA A SUS HIJOS LOS TROZOS DEL ÁRBOL DE LA VIDA, QUE ES LA CRUZ DE JESUCRISTO; mas al repartirles buenas cruces, les da gracias para llevarlas con paciencia y aun con alegría; o, si por algún tiempo gustas la amargura del Cáliz, que necesariamente han de beber los amigos de Dios, la consolación y gozo que esta buena Madre hace suceder a la tristeza, les alienta infinito para llevar otras cruces, aun más amargas y pesadas.