A pesar que los exégetas mantuvieron la explicación de que el libro de Ezequiel estaba dividido en dos partes, quisieron descubrirnos un bloque intermedio (25-32), e independiente, que agrupa los oráculos contra las naciones. Finalmente, pues, habría que reconocer tres partes netamente diferenciadas.
La estructura refleja la personalidad y función del profeta; por otra parte, la figura soberana del Señor y su presencia activa en la historia de su Pueblo.
El profeta es por decisión divina centinela de la “casa de Israel”, tanto para condenar como para consolar.
Esta imagen del profeta-centinela se repite casi con las mismas palabras en los inicios de la primera y de la segunda parte.
El profeta, por su elección y misión divinas, es responsable ante Dios más que ante el pueblo: si transmite fielmente la palabra divina, salvará la vida (Ez 3, 21), pero si por miedo no comunica las amenazas divinas, será responsable de la suerte del malvado (Ez 3, 18; 33, 9). Con todo, no se le hará responsable del comportamiento del Pueblo, puesto que cada uno cargará con las consecuencias de su propia conducta. El profeta sólo rendirá cuentas de su fidelidad a la hora de comunicar lo que Dios le indique (Ez 3, 17; 33, 7).