Del propio profeta se suele considerar las secciones poéticas, en concreto, las que tienen más fuerza expresiva (oráculos –contra las naciones de Amós-, confesiones –de Jeremías, gran parte del “Libro del Emmanuel de Isaías,…).
De sus discípulos se considera la labor fundamental: recopilar y seleccionar los oráculos más relevantes, darles forma literaria, redactar las partes biográficas en tercera persona, poner por escrito las visiones y las acciones simbólicas. A ellos pertenece la mayor parte del libro, lo cual les lleva bastante tiempo.
Al redactor final se le considera responsable de la unidad del libro y de la actualización del mensaje. Por ejemplo, los oráculos contra las naciones de Amós terminan con el vaticinio proferido contra Israel, pero el redactor último debió de intercalar uno similar contra Judá (hay más de un siglo de diferencia). En otros casos, el redactor final recopilaba y reordenaba oráculos que, sin ser del profeta, contenían un mensaje coherente con la parte más antigua; así podría haber ocurrido con el libro de Isaías, que abarca oráculos de épocas diferentes. El redactor, a mayores, le daba una orientación doctrinal determinada. Se le podía considerar un “autor”. A ellos también se les debe el encabezamiento de cada libro y gran parte de las indicaciones cronológicas.