Las asociaciones religiosas tienen un origen muy antiguo, como que se remontan a las “órdenes terceras” del siglo XIII y a las “hermandades” de los últimos tiempos medievales.
Pero la forma que actualmente presentan, no la recibieron hasta el siglo XIX.
El ingente aumento demográfico y la multiplicación de las tareas pastorales, de una parte, y la expoliación de la Iglesia por efecto de las secularizaciones, de otra, trajeron consigo la necesidad de agenciarse recursos por medio de colectas privadas.
Así es como surgieron las innumerables asociaciones para sostener todas las ramas de la cura de almas. En un primer término fueron las misiones la primera preocupación.
Asociaciones destinadas a recaudar fondos para fines especiales se dieron en muchos países de Europa. Se dedicaron a la difusión de la buena prensa, para la cura de almas en la diáspora, para emigrantes, para el fomento de la ciencia católica, para apoyar a los científicos católicos.
Naturalmente que tales sociedades no se limitan a ser empresas financieras, sino que al propio tiempo fomentan en sus miembros el interés por las grandes tareas de la Iglesia y les da ocasión de poner en práctica sus convicciones cristianas.
Tal es el caso, de un modo especial, de las numerosas asociaciones benéficas, en las que la colaboración de los miembros es más importante que sus aportaciones monetarias.
Ejemplares son, en este sentido, las “Conferencias de San Vicente de Paúl”, fundadas en París por Federico Ozanam en 1833, y difundidas luego por todo el orbe católico.
Ozanam fue profesor de la Sorbona de París.
Gracias a su fundación amplió la presencia de la Iglesia entre las gentes más humildes a través de las “Conferencias”.
Su iniciativa ocupó un lugar muy importante en el gran movimiento de renovación católica de la primera mitad del siglo XIX.