Según la Misná (repetición y recopilación de las tradiciones orales judías sobre la Torá –la Ley-), la adquisición de una mujer podía hacerse de tres maneras:
- Por “compra”: era el modo más usado, se pagaba una dote, o “mohar”;
- Por “documento”: si el marido no disponía de dinero, podía emitir un documento en el que se comprometía a realizar ciertos trabajos en beneficio del padre de la esposa (recuérdese a Jacob son su suegro Labán para poder casarse con Raquel), o hacía un contrato de cesión si tenía propiedades (por ejemplo, en el libro de Rut);
- Por “cohabitación” libre o forzada: en el caso de violación, el Deuteronomio establece que el violador debe casarse con ella; si la unión sexual era consentida, se la consideraba matrimonio. El varón no quedaría exento del “mohar”. Este tercer caso, parece ser, estaba prácticamente abolido en tiempos de Cristo.
No se sabe qué dote pagaría San José. Normalmente, se abonaba la cantidad de 200 denarios por una mujer virgen. La casuística era muy variada. No interesa ahora.
Junto al “mohar”, el novio solía dar otros presentes.
Gracias a la literatura intertestamentaria, desde el siglo II a.C., aproximadamente, se conoce con exactitud el desarrollo de los festejos nupciales, que constaban de dos fases separadas entre sí por un período intermedio:
- Los “desposorios” propiamente dichos, o también, el “qiddusim” (santificación) o “erusim” (adquisición);
- Las “nupcias” o fiesta matrimonial, o también, el “nissu’im” (traslado de la esposa a la casa del marido).
La primera fase no coincide con la petición de mano de nuestra cultura porque ésta no es legal ni vinculante. Los esponsales, en Israel, de índole privada y familiar, eran el contrato efectivo del matrimonio, de forma que a partir de ese momento las relaciones sexuales con un tercero eran miradas como adulterio y castigadas con lapidación; sin la mujer enviudaba, se le aplicaba la “Ley del levirato”; si había separación, se daba un “libelo de repudio”.
El ritual era sencillo: el joven pedía formalmente la mano de la novia a los padres en presencia de los miembros más cercanos; a continuación, se estipulaban las condiciones del contrato, el “mohar”; el novio daba un objeto de valor a la novia diciéndole que quedaba consagrada a él; con el tiempo, este rito se sustituyó por un contrato escrito que contenía una sencillísima declaración de mutuo acuerdo ante testigos; finalmente, el padre de ella ofrecía un banquete y, al escanciar la primera copa, pronunciaba una bendición sobre los esposos;
La segunda fase necesitaba la bendición del padre del esposo; la casa estaba iluminada solemnemente ese día; el matrimonio adquiría un carácter público y festivo; el marido, acompañado por sus amigos, salía en procesión a la casa de los padres de la esposa con el fin de introducirla y entronizarla en su hogar; la esposa le recibía rodeada de sus amigas, provistas de lámparas, las cuales se alegraban al llegar la comitiva masculina; el padre la despedía con una bendición y ella salía vestida de novia y con una corona sobre su cabeza, siendo conducida a la casa del novio por un cortejo de jóvenes, familiares, e invitados; se iban entonando cantos y tocando instrumentos; eran un verdadero acontecimiento social, la vida se paralizaba; las nupcias se celebraban al atardecer del miércoles, si era virgen, y si era viuda, del jueves; a partir de entonces, podían tener relaciones íntimas; los festejos duraban siete u ocho días.
El período intermedio oscilaba entre un mes, o seis meses, si era viuda; un año, si era virgen. Los contrayentes seguían viviendo en el seno de sus respectivas familias; se comunicaban a través del “amigo del novio” y las relaciones maritales se consideraban ilícitas. Durante este tiempo se hacían los preparativos para habilitar la nueva casa y preparar la fiesta de bodas; la novia vivía recluida en la casa del padre y vivía en una especie de clausura, que no le permitía hacerse ver por extraños ni salir sola de casa