Es tarea de la autoridad eclesiástica evaluar la credibilidad de una profecía, también de una aparición mariana. En su momento, el papa Benedicto XIV, en el siglo XVIII, dijo que, a ciertas revelaciones, aunque probadas, no se deben ni se puede dar un asentimiento de fe católica, sino sólo de fe humana, según las reglas de la prudencia, las cuales disciernen si las revelaciones susodichas son probables y píamente creíbles.
San Pío X afirmó, al respecto, que las apariciones o revelaciones no las aprueba la Sede Apostólica, la cual permite que se crean píamente, con mera fe humana, conforme a la tradición de al que gozan, confirmada con idóneos testimonios o documentos.
La “aprobación eclesial” de una revelación privada contiene tres elementos: el mensaje concerniente no contiene nada que contraste con la fe y las buenas costumbres; es lícito hacerlo público; y los fieles son autorizados a darle de forma prudente su adhesión.