La teología del tiempo ordinario está marcada fundamentalmente por el valor del tiempo cristiano, que en cualquier momento tiene su referencia total al misterio de Cristo y la historia de la salvación.
El misterio del Señor, que tiene en Pascua la raíz y el culmen de su celebración con su prolongación hasta Pentecostés y con su preparación en Cuaresma, llena todos los días del año litúrgico, especialmente el domingo, pascua semanal.
La celebración del misterio de la manifestación del Señor en Navidad, con su preparación en Adviento y con su prolongación hasta Epifanía y el Bautismo del Señor, dan a este tiempo un valor especial con la celebración de la espera mesiánica y la renovada experiencia de la presencia del Verbo Encarnado en el mundo.
Todo este tiempo del año, sin embargo, llena más o menos un tercio de los días del año civil
¿Qué sentido espiritual pueden tener los otros días que llenan ese espacio del año litúrgico que la Iglesia denomina “tiempo ordinario” o tiempo “per annum”, “durante el año”?
Una excesiva presencia de celebraciones de los santos, que llenaban prácticamente todas las casillas del calendario, ha corrido el riesgo de hacernos olvidar este tiempo “ordinario”, que hoy, en la nueva estructura del calendario litúrgico y con la orientación de la Iglesia en los leccionarios de la misa y la distribución de la Liturgia de las Horas, tiene, por decirlo así, personalidad propia, sentido pleno de un tiempo en el que Cristo se hace presente y guía a su Iglesia por los caminos del mundo.