LA SUPERIORA DE LAS CLARISAS DE CANTALAPIEDRA EXPLICA CÓMO VIVEN SU CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN DE JESÚS
Javier Navascués, el 5.09.24 a las 9:06 AM
Entrevistamos a Sor María Aleluya, superiora del monasterio del Sagrado Corazón de Jesús de las Hermanas Pobres de Santa Clara de Cantalapiedra, que nos habla sobre su vocación, de la historia del monasterio y de cómo viven en plenitud la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Háblenos brevemente de la Madre María Amparo y de la fundación del Monasterio del Sagrado Corazón de Jesús…
Madre María Amparo fue un alma profundamente tocada por el Corazón de Jesús. Ella nació en 1889 y, muy de niña tuvo lo que ella llamaba un “sueño”: Vio una casa, semejante a un convento, fundado sobre un río de gracias que brotaban del Corazón de Jesús. Allí vio llegar a las almas en figura de palomas para beber en ese Corazón que las acogía con amor entrañable.
Siendo tan niña, no le desveló el Señor todo el sentido de esa visión. A lo largo de los años iría clarificando, con ayuda de su santo director, el Padre Juan González Arintero, que ese monasterio al que ella anhelaría ir para servir al Corazón de Jesús en él, no existía en ningún lugar, sino que era su misión ser el instrumento para que esa obra se llevara a cabo. Como a otra Margarita María —santa a la que Madre María Amparo tenía grandísima devoción—, ella también escuchó del Corazón de Jesús la petición de consuelo, amor y reparación por tanto desamor e indiferencia como recibía de muchos, especialmente de las almas consagradas y sacerdotales.
Sabiéndose absolutamente incapaz, entre otras cosas por su más que precario estado de salud, pero absolutamente abandonada al poder de Aquel que le aseguraba que la Fundación no era obra de criaturas sino solo suya, se lanzó al mar de la confianza afrontando lo que, para la mayoría, era una absoluta locura. Tan solo un año después de que España fuera consagrada al Corazón de Jesús, en mayo de 1920, se fundaba en la pequeña villa de Cantalapiedra este monasterio dedicado al Sagrado Corazón con el deseo de ser como una Betania en la que el Señor pudiera hallar su descanso.
Los inicios estuvieron marcados por la más absoluta pobreza, pero como suele acontecer, fue una pobreza muy fecunda pues, si bien la Fundación comenzó en una pequeña casita de la plaza, con capacidad para unas 10 hermanas, a los pocos años tuvieron que comenzar las obras de construcción del actual monasterio, ya que no había lugar para todas esas “palomas” que venían a beber del Río de Gracias, tal y como madre María Amparo había visto en su profético sueño.