CISTERCIENSES, o LOS MONJES BLANCOS o GRISES

by AdminObra

El Císter supondrá la gran renovación del ideal monástico. Fue una reacción contra Cluny, los cuales habían desempeñado un gran papel en la Iglesia y en la sociedad del siglo XI.

Ahora llega una escisión interna. Frente a los monjes “negros”, cluniacenses, surgirán los monjes “blancos” o “grises”, que llenaron el siglo XII y principios del siglo XIII, hasta el advenimiento de las Órdenes Mendicantes (Franciscanos y Dominicos, principalmente).

La reacción contra Cluny tendría que llegar. Su época de esplendor había pasado. Fue una de las formas ideales de vida monástica, pero no la ideal.

A finales de siglo surgen monasterios que siguen otros caminos que los marcados por Cluny.

Uno de ellos es el cenobio de Cistercium o Cîteaux. Reaccionaban contra los cluniacenses queriendo volver a la estricta observancia religiosa de San Benito, pero manteniendo algunos puntos de organización de Cluny. Sus comienzos fueron modestos. En el año 1111, una parte de los monjes fue víctima de una epidemia, y el abad, un inglés llamado Esteban Harding, pensó en la conveniencia de abandonar el monasterio. Pero al año siguiente ingresó como novicio el joven noble borgoñés Bernardo, con treinta compañeros.

Bernardo se convertirá en la personalidad más relevante, más activa, y más contemplativa de todo el siglo XII. Se le considerará el “director espiritual” de Europa, el “Moisés de la Cristiandad”, el que está siempre en oración y siempre batallando contra los enemigos de la fe.

Desde su llegada, la corriente de nuevos adeptos ya no cesó. Se fueron fundando “císter” por toda Europa.

Para organizarse escogerían un término medio entre el aislamiento de los primitivos monasterios benedictinos y la centralización cluniacense, conservando la federación monasterial, aunque con bastante autonomía.

Bernardo y Esteban Harding elaborarían los estatutos de la nueva orden, que llamaron “Carta Caritatis”, la “constitución del amor”. Fueron confirmados inmediatamente por Calixto II, y más tarde en forma definitiva y solemne por Eugenio III, que era cisterciense.

A la cabeza de toda la Orden debe estar el abad del Císter, elegido por los monjes de esta Abadía y por los abades de las abadías filiales. Asesorado por los proto-abades ejerce una vigilancia universal, mientras cada abadía atiene a todos los monasterios derivados de ella.

A diferencia de Cluny, que tan ávidamente buscaba para sus monasterios la exención de la jurisdicción episcopal, dependiendo sólo del Papa, el Císter quiso seguir dependiendo de los obispos, los cuales, sin embargo, apenas tenían ocasión de intervenir en la vida los monasterios.

Característicos del Císter es el apartamiento del mundo, el retiro, la soledad, el silencio, el alejamiento de todo contacto humano, pero esto lleva consigo la renuncia al apostolado y a la cura de almas; por eso los cistercienses no tiene predicación ordinaria ni regentan parroquias.

Consiguientemente, no admiten diezmos ni vasallos; se sustraen a la organización feudal eclesiástica. Aquellos grandes señoríos de los abades cluniacenses no se conocen en el Císter; los monjes “grises” poseen ciertamente granjas cultivadas por hermanos “legos”, de las que sacan lo necesario para vivir, mas no aquellos latifundios que los monjes “negros” arrendaban a colonos y censatarios.

La más rigurosa pobreza reinaba en los nuevos monasterios; sus iglesias eran pobres y desnudas, aunque a fuerza de sencillez y de elevación alcanzaron las más puras líneas del estilo ojival; sin torres, sin mosaicos, sin la profusión escultórica; sin nada que supiese a vanidad y soberbia o pareciese contrario a la pobreza.

Desde el 15 de septiembre hasta Pascua no hacían más que una comida al día, ni se exceptuaban los domingos, y ésa tan frugal. Dormían vestidos y con ceñidos sobre una tabla. Se levantaban a medianoche para maitines y ya no volvían al dormitorio.

El oficio divino seguía siendo el centro de su vida diaria, aunque sin las exageraciones del Cluny. Dedicaban también algún tiempo a la “lectio divina” y al trabajo manual, conforme a la Regla de San Benito.

La concepción cisterciense de la vida religiosa es muy austera; consiste en renunciar al mundo a y a todos los bienes terrenos, en castigar el cuerpo con la penitencia y vivir sólo para el espíritu, teniendo como ideal a Cristo paciente.

La piedad se distinguía sobre todo por su devoción a María. Todas sus iglesias estaban dedicadas a la Virgen.

La expansión del Císter procedió con extraordinaria rapidez. Hasta 1350 surgieron más de seiscientas abadías.

Una de las principales razones del prestigio y rápida difusión de la Orden fue, además de la excelencia de sus estatutos, la poderosa personalidad de San Bernardo.