La absorción tecnológica de algunos aspectos fundamentales del pensamiento está derivando en un sistema digital global al margen del humanismo tal y como lo conocemos.
Ante nuestros ojos, se va conformando la figura todavía imprecisa de un “ciberleviatán”, envuelta por una energía sin límites, que va adquiriendo volúmenes titánicos en los que se presiente la forma granítica de una nueva expresión de poder totalitario.
Se entraría en una época de vigilancia, control y silicio, habitada por una raza de humanos –tal vez junto a transhumanos y posthumanos- sometidos al orden y a la seguridad.
La centralidad concedida a la persona se vería reemplazada por una visión científica que subordinaría al ser humano a la técnica y a su voluntad de poder.
La distopía que se iría configurando produciría una transformación de la naturaleza humana y desapoderará a los hombres de sus cuerpos y sus limitaciones físicas para convertirlos en posthumanos programables algorítmicamente. La trascendentalidad del ser humano vendría dada por la tecnología al ser suprimidos sus anclajes orgánicos.
¿Llegaría a haber una casta de transhumanos y posthumanos que constituyan la élite del mundo? ¿Sería lo que pretende la biopolítica y la biotecnología?
Para muchos, el transhumanismo es la ideología del Nuevo Orden Mundial.
Una sociedad sana, que desee un orden social justo en auténtica libertad, promueve siempre el respeto de los derechos inviolables e inalienables de todas las personas. Sin una base moral objetiva, ni siquiera la democracia puede asegurar la paz estable. El relativismo moral mina el funcionamiento de las democracias, que por sí mismas, no bastan para garantizar el respeto entre las personas y los pueblos.